miércoles, 15 de julio de 2015

Violencia masculina: invisibilizarse o brillar a puerta cerrada

Prácticamente todos los hombres me dan miedo en prácticamente todas las situaciones. Si no es mi hermano, mi esposo o alguno de mis más queridos amigos, me resulta inquietante la presencia de un varón cerca de mi persona. Sobre todo si estoy sola. Caminando en la calle, al hacer ejercicio (a la hora que sea), en el transporte público, manejando un vehículo, en una junta, en una clase de baile... Me siento insegura alrededor de la mayoría de los miembros del sexo masculino.

Antes me daba vergüenza confesarlo y me parecía un rasgo muy extraño en mí. Qué rara soy, pensaba. Incluso, hasta hace un par de años, cargaba siempre en mi cartera un billete que nunca gastaba, pues lo conservaba para una emergencia en que tuviera que salir huyendo en taxi de una situación hostil con un hombre. A regañadientes me deshice de él, como forma de liberarme del temor a que me pasara y por lo tanto como modo de liberarme de atraer el suceso.

Sin embargo, cuando comencé a leer los testimonios de los que hablaba en el texto anterior, los de la página Herself.com (que por cierto parece estar atravesando dificultades técnicas), me asombré cuando me di cuenta de que un montón de mujeres confiesan que sienten exactamente lo mismo que yo. Una de las preguntas de la entrevista (que es la misma para todas las entrevistadas) dice: "Where do you feel unsafe as a woman?" o "¿Dónde te sientes insegura como mujer?" y una asombrosa mayoría responde que casi en cualquier sitio que no sea su habitación, su casa o la casa de un ser querido. ¡Me di cuenta que no sólo no era la única, sino que somos muchas como yo!

Por otro lado, hace algunas semanas (¿meses?) leí un cuento de Raymond Carver titulado "So Much Water, So Close To Home", o "Tanta agua, tan cerca de casa". Es un cuento en el que una mujer relata la expedición de fin de semana de su marido a la montaña con sus amigos, su regreso a la ciudad algunos días después con el cadáver de una jovencita que supuestamente encontraron en su destino, y las consecuencias sociales y maritales de ese suceso. Conforme transcurre la narración nos vamos dando cuenta de las erupciones violentas que tiene el marido hacia la mujer, la voz de la historia, pero además el autor nos va encapsulando en una sociedad regida por completo por hombres, que se han apropiado de la esfera pública y cuyos modos y gestos y caprichos asfixian a cualquier mujer que salga de su casa. Carver retrata el tejido social en el que los hombres son cómplices en el acoso y la falta de respeto y las féminas tienen que adaptarse a la insólita realidad de que no importan. El cuento me impactó profundamente, no sólo por su tensión, su desarrollo y su desenlace, sino principalmente por la ventana que abre a una época en que las mujeres estaban encajonadas en un papel de pasividad y silencio.

Hace algunos días vi por primera vez Mad Men, una serie televisiva sobre un corporativo de publicistas en los años sesenta en Estados Unidos. Para mi sorpresa, el show no es en realidad cómico ni tampoco superficial, como yo había creído. Más bien es un drama que, justamente, revive los modos en que el mundo "americano" se vivía antes de la revolución hippie. Sólo he visto los primeros dos o tres episodios de la primera temporada, así que no puedo decir cómo va evolucionando la historia o si el enfoque cambia, pero sí les puedo asegurar que esos capítulos introductorios le conceden un peso grandísimo a la relación mujer-hombre en aquellos años: la secretaria que debe aceptar como normal el acoso sexual en el trabajo; la esposa que sabe que su papel es lucir bonita, encargarse de los hijos, limpiar la casa y ser simpática; los ginecólogos que se sienten en total libertad de decirles a sus pacientes que tomar pastillas anticonceptivas no debe traducirse en que anden de putas; o los jefes que actúan como si sus empleadas fueran sus sirvientas, sus madres y sus amantes.

Algunas cosas han cambiado para la mujer, cómo no: la inclusión en el mundo laboral, cierta libertad sexual (muy relativa), independencia económica y capacidad adquisitiva, inclusión en el mundo académico... Sin embargo, siguen latentes muchas formas de violencia: en las películas taquilleras solemos ser un suculento pedazo de carne o el complemento del personaje masculino; en muchos trabajos la paga es inferior aunque sea el mismo puesto y la misma responsabilidad; el bombardeo publicitario por ser jóvenes, delgadas, blancas, inteligentes, multi-tasking, sexualmente activas, carismáticas, líderes...

Hace poco veía el episodio de la serie "Chef's Table" (o "La mesa del chef"), de Netflix, dedicado a la chef japonesa Niki Nakayama. Ella confesaba, relacionadas a su condición de mujer, algunas cosas: 1. Su padre la había marginado como profesionista y le dijo que su hermano sería el encargado de brillar; 2. Cuando le otorgan premios o distinciones, un comentario que escucha con frecuencia es "se lo dieron porque es mujer"; 3. Una vez tuvo a un chef muy distinguido como comensal en su restaurante, que una y otra vez repetía lo sobresaliente de la comida -pero cuando se enteró de que el chef era mujer, comenzó a hacer observaciones machistas y condescendientes como "¡ay, qué platillo tan curiosito: así cocinan las mujeres!". Y es por todo ello que Niki Nakayama, una destacada y multipremiada chef, prefiere esconderse en la cocina y no hacerle saber a nadie que tras esos extraordinarios platillos están las manos, el talento, la imaginación, la sensibilidad y la inteligencia de una mujer.


1 comentario:

Unknown dijo...

¡Mandarina! Bueno, dichosa tú que ya identificaste uno de tus miedos. No somos tan malos como parecemos.

¡SALUDOS!