domingo, 26 de julio de 2015

Los colores de la gente

Bueno, es bien sabido cómo alguna gente se alucina y da cátedra acerca del color del aura o de los tonos cromáticos de la energía de alguien. Yo no voy a hablar de eso. Yo más bien voy a hablar de las categorías tonales en que agrupo a las personas. Que por supuesto tiene que ver con su energía, aunque el simple hecho de hablar de aura me hace sentir new age pseudo yogui cuasi hipster.

Están, por supuesto, los grises. Gente que ni fu ni fa (¿cuál es el origen de esa expresión?). Rostros imposibles de recordar, atuendos anodinos, actitud o personalidad poco atractiva... Me acuerdo de una vendedora de carros que conocí hace años junto con mi hermano. Aunque ella era como entre gris y marrón... Había un poco de color en ella pero era más bien opaco. Son comunes las combinaciones de colores en las personas. Esta mujer hablaba en volumen bajo y sin alteraciones, a veces miraba a los ojos y normalmente a la nada o al piso. Tenía ojeras enormes, alergia constante y los dedos de los pies se salían por la parte de enfrente de sus sandalias de tacón.

La gente que al mismo tiempo me encanta y me repele son los beige. Los beige son como esas mujeres que la publicidad de los años '50 retrataba. Los suburbios gringos y los ahora populares fraccionamientos y cotos mexicanos son mayoritariamente poblados por beiges. Gente amable, de buenos modales, con quienes se puede hablar del clima y de restaurantes. Gente que siempre está bien y sonriendo, ni llorando o gritando ni carcajeándose. Como la ropa, combinan con todo pero pueden ser muy aburridos.

Está la gente roja. Igual que el color mismo, la gente roja resulta cansona. Es muy pasional, muy arrebatada. Opiniones  categóricas de todo, soliloquios interminables, ropas y accesorios excéntricos, sexualidad incómodamente evidente. En la universidad tuve una amiga así. La quise mucho y le admiré varios rasgos, pero en general me dejaba exhausta.

La gente verde, por otro lado, la visualizo como sencilla y afable. Un surfista con cierta sabiduría sobre la Naturaleza, una profesora universitaria que es comprometida y conserva cierta joven rebeldía, un artista que no ha sido consumido por su neurosis y que habla con suavidad y profundidad del mundo del hombre. Me imagino a José Emilio Pacheco así.

La gente blanca es verdaderamente excepcional. Dulces, compasivos, empáticos, atentos. Algunos religiosos sobresalientes son así. En el retiro espiritual que hicimos mi esposo y yo como luna de miel conocí a una mujer que era blanca. Transmitía puro amor, y me alivió de hondas penas. Me inspiró esperanza.

No sé cómo diablos es la gente negra, pero tengo un vecino que, disculpen el francés, es un verdadero hijo de puta y a veces me parece que él es negro. Aunque me parece más bien gris. Como si tuviera el alma muerta, o el corazón inutilizado. No, los grises no son así. Los grises, pareciera, simplemente son, sin mayor ton ni son. Creo que quizás el vecino sea negro, todo un hipócrita y un violento.

Yo me considero naranja. Creo que la gente naranja es juguetona, inofensiva, curiosa. La gente naranja tiene una chispa especial que le agrega vida o alegría a las ocasiones y a los sitios. Queda aquí evidenciado que puedo poner aparte la modestia, o que no me molesta exponerme aunque ello pueda implicar juicios. Pero me gusta creerme naranja y me encantan las personas naranjas que conozco, como mis hermanos o mi amigo Cheshvan.

La gente café, por otro lado, suele caerme mal. Gente quejumbrosa, amargada. Lo arruinan todo. También son aburridos y rutinarios. Sin sentido del humor. Miedosos. Bah, gente sin gracia.

Y hasta aquí de colores. Nadie dijo que éste sería un texto exhaustivo.

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