lunes, 1 de septiembre de 2008

Citricidades...

Voy tan rápido que no me alcanzo a mí misma. Soy un remolino incomprensible para cualquiera, incluida yo. Paso enfrente de los cristales y soy un reflejo borroso, febril, repentino, momentáneo, huidizo. Huidizo. Sí, sí que huyo. Me escondo, cuando puedo, bajo el edredón de mi comodísima cama. Me escondo en los brazos de Duende. Me escondo frente a la pantalla de mi computadora para huir entre las letras como huyen un desquiciado, un ingenuo, entre las paredes de un laberinto. Pero la literatura siempre me agarra. Me cacha con las manos en la masa. Si yo me quiero esconder, las letras me expulsan de su reino encantado por reinas y príncipes feroces y valientes, que dan la cara y que no temen.
Yo soy efervescente y rápida, tan rápida que mis ojos no alcanzan jamás a mi espalda. Pero voy eternamente en búsqueda de un momento por congelar, de un beso por saborear, de unos ojos por memorizar. Conduzco rápido pero escucho música tranquila. Me enamoro rápido pero degusto suavemente. Hablo rápido pero (procuro) pienso lento.
Soy la encarnación de la prisa en eterna búsqueda de la lentitud, en fin.

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