miércoles, 3 de septiembre de 2008

La vejez es muy cabrona. Muy.

Desde que estoy muy pequeña nos ha quedado claro a mí y a la gente que me conoce que estoy "adelantada", como muy madura, casi demasiado (quizás algunas -o muchas- veces mi familia disienta, sobretodo estos días). En ocasiones, incluso, yo siento como si fuera una mujer de muchos más años encerrada en el cuerpo de una chica con acné, ojos grandes y facha de hippie intelectual.

Sobretodo este semestre han venido varias novedades. Estoy absolutamente consciente de que veo con otros ojos mi entorno. He cambiado. Y se nota en muchas cosas, pero sobretodo:
- Soy más exigente con mi participación en clase. Casi siempre que participo (que es muchísimo, considerando mis autoexigencias), creo que estoy diciendo puras pendejas.
-Me estoy comprometiendo febrilmente con mi pasión por escribir. Esto implica muchas más cosas de lo que podría parecer en principio. Significa: renunciar a la mayoría de las salidas sociales que tanto me encantan; estar encerrada en mi habitación horas y más horas; soportar estoicamente las adversidades y considerar más bien las aparentes desventajas como oportunidades (por irresponsable ya no tengo coche; perdí un pupilente y veo muy mal con los lentes que poco a poco se enchuecan y aguadan más; estoy en un plan de austeridad económica...) para forzarme a mí misma a encerrarme en mi universo de las letras.

De seguro estarán pensando "¿qué coño tiene que ver el primer párrafo con el segundo?". Pues ahí les va. Haber afianzado más mis gustos, pasiones y vocaciones ha devenido en miedos. Y los miedos están relacionados con el transcurrir de los años. Por eso son los viejos los necios, los temerosos y no los jóvenes, que todavía tienen (¿tenemos?) fuerzas para ser valientes y poco mundo como para aferrarse a las cosas, a su incipiente construcción de la vida, a su cosmovisión recién parida. Y yo me siento vieja en ese sentido. Creo fervientemente que existe de facto la posibilidad de volverme loca (si consideramos que la locura es la incomprensión social del muy particular punto de vista de cada quien), pues cada vez soy más condescendiente con mis arranques de "individualidad" (por ej., si en clase me apetece de repente reírme, voy y lo hago...). Y eso me aterra. También me paniquea muchísimo el miedo al fracaso. La idea de volcar todo mi ser en una actividad y que ésta resulte estéril es algo que me transtorna.
Y con mi novio, al ser tan nuevecita nuestra relación, me enfrento a ciertos aspectos de mi persona que desconocía por no "estrenar" novio desde los 17 años. Cuando hablamos de nuestras visiones de las cosas me doy cuenta que peleo con uñas y dientes por defender mi idea de las cosas, por no ceder, por no perderme a mí misma. Se diría, en palabras fáciles, que no "me aliviano". Y considerando que tengo veinte años, eso está muy cabrón. Tener tan fuertemente estructurado y cimentado mi mundo me hace más susceptible de resquebrajarme. ¡Pavor!

Y una última cosa, relacionada también con reflexiones que ha suscitado mi noviazgo. Creo que ahora entiendo por qué es más difícil entablar una relación formal con alguien mientras más grande se está. Uno va haciendo casi amistad con los fantasmas y los miedos que lo acosan, y cuando llega el momento de convivir con alguien más y ceder y acoplarse y acostumbrarse, uno ya no está tan dispuesto a flexibilizarse, a amoldarse. Uno presenta más resistencia hacia la idea de "aguantar" al otro. Mi consuelo es sentir, en momentos donde podría creer que ya no quiero seguir adelante, en algunos rincones oscuros de mi ser, las fuerzas suficientes para decir "vale la pena". ¡Caramba, ahora que lo pienso, nunca antes había reflexionado en lo fuerte que es esa frase! ¡Que algo sea tan bueno como para soportar una pena! Si bien ni mi relación ni mi proceso personal en la misma son tanto así como penosos, sí requiere un esfuerzo que estoy dispuesta a hacer. Y así, me siento un poquito más joven. Finalmente, la Real Academia de la Lengua Española define a un Duende como:
"Ser fantástico de los cuentos que altera, positiva o negativamente, la vida de la gente."
"Gracia o encanto especial, casi mágico, que tiene una persona o cosa."

Si la infancia es un río caudaloso que fluye libre, la vejez es una masa densa que tiende a estancarse.

5 comentarios:

Unknown dijo...

pues mira miedo al fracaso no lo entiendo.

Tienes una capacidad extraordinaria de filosofar y plasmar esas meditaciones en palabras, otros nos perdemos y se nos hacen coyunturas lalis en las nalgas y en la lengua y nada mas no sale.

Manolo Mojica dijo...

Muy buena lectura que me eché con esto, me gustó. Ánimo con todo, que la juventud se mide en sonrisas!

Haha mi frase dominguera

Anónimo dijo...

Asco: la juventud se mide en sonrisas.

Y el matacursis dónde quedó?

Manolo Mojica dijo...

Ya sé, mi frase no estuvo chida, lo acepto.

Martha de la Rosa dijo...

Mi querida Saris: creo que estoy completamente en desacuerdo con lo que escribiste, me parece querida hermana que caes un poco en el simplismo en tu afan de describir ciertos fenómenos caracteristicos de la epoca en la que estas. Pero esto de descutir cuestiones serias en un blog me resulta deprimente, será porque yo ya estoy mas cercana a la vejez que describes.... no lo creo.
Ya tendremos oportunidad de hablar.
besos atormentada hermanita
roule ma poule!!