Nos han hecho creer que hay doce meses en un año, y que el primero de ellos se llama enero. No es cierto, querido lector.
Piénselo. Ahora, dígame, ¿recuerda usted haber vivido algún día de dicho mes, que no sea de los primeros seis? Es que por lo visto, sólo existen los primeros seis días: ni siquiera una semana.
Llegamos a diciembre con la ilusión de las vacaciones, del descanso, de la Navidad, del rencuentro familiar, de las comilonas, los regalos, la bonita ropa invernal que teníamos guardada. Pronto, aunque feliz, diciembre se esfuma. Y luego llega el primero día de ese misterio mes, día en que la mayoría de la gente no trabaja. Desde aquí empieza la cuestión. Analicemos.
Primero de enero. No hay que ir al trabajo. Mucha gente se despierta cruda y a mediodía. Ya se fue la mitad del día y lo que queda de la jornada, lo vivimos mareados, sin tener certeza de lo que pasa, y, sobretodo, sentados: sentados en un sillón frente a la tele, en una mesa de un restaurante atiborrado, o en el comedor de la casa frente al plato lleno del recalentado. Bum, de pronto se hace de noche (el horario de invierno acorta los días increíblemente) y antes de que nos demos cuenta, ya estamos en pijama y metiéndonos a la cama.
Luego transcurren unos días que nadie recuerda. No es que no los recordemos: no existen.
Finalmente viene el seis de enero, día en que algunos niños excepcionales reciben regalos y en que la mayoría de la gente aprovecha el pretexto de celebrar el Día de Reyes para atiborrarse de rosca. Pero, pasado este día: corte a negros.
Enero no existe. Pasado el seis del mentado e inexistente mes, llega febrero. Y pasado el 15 y el 24 (para los nacionalistas) de este último, llega marzo. Y después del 21 de éste, llega abril. Y abril sí que existe. Existe porque es importante para la industria de la moda: todas y todos comenzamos a lucir los monísimos modelitos de Primavera-Verano del año en curso. Y existe, cómo no, porque en dicho mes es el cumpleaños de mi madre.
Ocioso lector, usted que tiene tiempo para leerme, estoy segura que también lo tendrá para ponerse atento el próximo año y confirmarme que tengo la razón. O también, inteligente lector, sabrá usted aprovechar y hacer consciente cada uno de los días que tenga este mes y todos los demás. Porque usted, sabio lector, sabe perfectamente que el tiempo no existe y sólo tenemos este pedazo de segundo que siempre está muriendo y convirtiéndose en pasado. Llenemos, mortal lector, el vacío del tiempo con cosas simples y bellas.
Y aquí termina este ensayo. No me vaya a acusar el Gran Capital de difundir la filosofía del ocio, el goce, la improductividad y la ineficiencia.
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3 comentarios:
Ya lo dijo Tejada Gómez: "El amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo".
Y si nacite´s en Enero y eres ...
Si qué pedo con lo que nacieron en Enero. Ahí se desconchilfa su teoría. Lo que sí no existe es ese tramo que hay entre las tres y media de la mañana y las cuatro y media de la madrugada de todos los martes trece. Chequenle, hagan el experimento. Neta los relojes dan un salto bien raro. Yo ya no se que pensar.
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