lunes, 22 de febrero de 2010

Un hombre serio

La última película de los hermanos Cohen me deja con la siguiente pregunta: ¿Y para qué carajos querría yo ser una persona seria?

Vivimos en una sociedad irracional y contradictoria (no podría ser de otro modo, está compuesta de individuos en su mayoría inconsistentes y en su totalidad caóticos), cuya moral contemporánea está basada, principalmente, en no molestar al otro y en hacer las cosas bien: ser un “sujeto de bien”.

La película trata de uno de estos pobres hombres que se tragaron el cuento enterito y, para su desgracia, obedecieron las reglas del juego ciegamente, al pie de la letra, sin chistar. Vamos viendo, entonces, por qué tanta desgracia para un hombre que lo único que hizo fue seguirle el rollo al sistema.

¿Ser un hombre bueno? ¿Y qué coño significa esto? ¿Obedecer los mandatos de una religión que no ofrece explicaciones, que sólo nos pide “aceptar el misterio”, como bien dice uno de los personajes más cómicos e insoportables del film? ¿Tragarnos la mierda que los demás constantemente están tratando de echarnos encima (a cualquier ser humano es fundamental ponerle e imponerle un límite, pues si no, cualquiera se va a sentirse suficientemente cómodo como para desbordarse sobre uno y echarle sus problemas) sin oponer resistencia? ¿Pagar obedientemente las cuentas?

Si bien no hay recetas para vivir la vida, hay un ingrediente que no debe faltar nunca y que no debería ser adjudicado únicamente a los jóvenes: la rebeldía. Y no me malinterpreten, no se trata de que salgamos cada fin de semana a las calles a manifestarnos por todos los problemas que nos fastidian y que le achacamos (acertadamente, la mayor parte de las veces) al gobierno. No. Se trata de pensar. ¡Ah, esa actividad que tanto duele y por ello tan pocos llevan a cabo! La rebeldía es pensar, es criticar, es cuestionar, es no estar de acuerdo.

Porque, ¿qué quiere el tan afamado “sistema” de nosotros? Quiere que seamos productivos en el trabajo; quiere que tengamos familias e hijos, para que éstos se conviertan en los futuros consumidores; quiere que tengamos enfermedades y problemas para necesitar de otros que nos lo resuelvan (cobrando, claro), porque son esos “otros” los que nos crean los problemas (ejemplo: las farmacéuticas); quiere que paguemos nuestras cuentas; quiere que obedezcamos y estemos de acuerdo.

Ahora, díganme ustedes, ¿quién, en su sano juicio, puede vivir su vida con ese gigantesco par de manos oprimiéndole el cuello? Pues casi nadie, señores. Casi todos “hacemos trampa” en este mundo, de alguna u otra forma. Existimos los que tratamos de hacer el bien pero siendo conscientes y críticos; hay los que ni hacen el bien ni son conscientes ni críticos; los que hacen el mal conscientemente; y, por último, los que hacen el bien mansamente, sin pedir explicaciones ni extender críticas. Y nuestro protagonista es uno de estas pobres excepciones. Lawrence Gopnik se creyó que si obedecía las reglas y ante las bofetadas de la vida ponía la otra mejilla, sería un hombre de éxito. Me imagino al personaje pensando “los vecinos me verán pasar en mi hermoso coche con mi hermosa familia y dirán ‘ahí va Lawrence Gopnik, un hombre serio’”. No contaba con que este sistema, si es obedecido, no apremia; por el contrario, asfixia aún más. No tuvo en cuenta que si obramos con “sensatez”, las cosas no necesariamente van adquiriendo un orden armonioso. Pasó por alto algo: siempre habrá problemas y, afortunadamente, siempre habrá belleza. Olvidó (o nadie le enseñó) lo más importante: en este mundo, la vida no tiene sentido.

A todos los Lawrence Gopnik les dijo: deja de buscar tus respuestas con los rabinos, sacerdotes, psicólogos, terapeutas. Las preguntas más grandes que nos plantea la vida no tienen respuesta, pero de esto nos damos cuenta hasta el final de nuestra vida, cuando ya hubimos construido y dirigido nuestra existencia en torno al intento de responderlas.

4 comentarios:

Micro dijo...

soy fans de cuando explotas lucidamente.


:)

alter-ego dijo...

Pura pinche desobediencia civil!
¡Ves como eres una ensayista nata?

:)

AAR dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Wally Perez dijo...

No mames. Tienes razón. No me había dado cuenta de que el abogado tiene un chingo que ver en la película: es algo así como por un lado la religión te dice no te preocupes (te seda) y del otro lado paga (te meten la verga). Y tu en medio preocupado por un pinche morro que te soborno