Ayer fui a comer con Lili y Migue a la sala de comida de la Plaza Fórum. Y está horrible, aberrante, de-nefasta-lo-que-sigue. Todas las paredes son de un material (tabla roca, yo supongo) que contamina mucho y representa la fragilidad, la sinteticidad y el espíritu celérico (o sea, esa idea compartida de que el tiempo apremia y hagamos todo en chinga) de la modernidad (post, líquida, light, llámesele como quiera). La mayoría de las señoras son así: treintonas, delgadas-pero-con-grasita-desparramada-que-los-pantalones-a-la-cadera-han-ocasionado, mega entaconadas, ultra maquilladas, planchadas y con rayitos rubios. (¿Las mamás entaconadas tienen más valor -al menos físico- que las progenitoras que usan zapatos de piso? Digo, siempre es más el esfuerzo que hacen, ¿no? Al menos en las pantorrillas...) Y luego el común de las adolescentes (entiéndase de catorce a diecisiete) están hechas en serie: pantalones entubados, zapatitos de esos que se pusieron de moda,
chalecos (si es que se les puede llamar así a esas deformaciones modernas), greñas planchadas y algunos pelos más cortos que parecen cresta de gallo.
Cristo redentor... la "gente transgénica", dijera Yezin.
Además, hay unas áreas de juego para niños que hacen unos ruidos espantosos y peligrosos. Peligrosos sobretodo porque después de un rato pasan desapercibidos, lo que significa que se adherieron al alma y ésta se acostumbró a ellos y ya no los nota. Ruido blanco, como le dicen.
Mientras mis acompañantes iban a recoger nuestra suculenta comida, yo me empecé a quedar dormida en la mesa que estábamos, pero no dormida normal, sino dormida reflexionante. Es decir, estaba piense y piense, pero cuando llegó Lili a decirme "Sara, ve por tu plato" tardó como cinco "Sara's" en hacerme volver a la realidad. Y lo que pensé mientras estaba semiconsciente fue en cómo los juguetes modernos tienen una doble función nociva en los infantes: por un lado, por el material con que están hechos, resultan estupidizantes, ya que el plástico es una textura "plana", por llamarlo de algún modo, y esto provoca que los estímulos que recibe el niño no sean tan ricos como si el material fuera madera. Por otro lado, los juguetes que están en boga actualmente (como los BMW para chilpayate, las bratz -estoy en permanente estado de shock por lo putas que son y por lo poco que parece importarle a los padres de familia que éstas sean las nuevas modelos, tanto de comportamiento como de belleza, de sus chamacas-, etc) contribuyen a facilitar la integración del recién llegado ser humano al orden y la estructura del mundo occidental. Es decir, incentivan al niño a hacerlo tragón, perezoso y poco imaginativo e inventivo. Los juguetes están siendo diseñados para que los niños obedezcan. (¡Oh, futuro apocalíptico!)
Y todo esto viene a cuento porque en la mentada sala de comida de la plaza inmunda a la que erré en ir a comer ayer hay una estructura gigantesca (de plástico, pa' variar) donde hasta arriba hay cañones que avientan pelotas (adivinen de qué material), haciendo un ruido estruendoso mientras. Imagínense nomás: criaturas que están recién aprendiendo todo puestas a disparar, de la manera más estéril y monótona (y por tanto imbécil) bolas de plástico a un blanco cualquiera (que en un futuro podría traducirse en una persona, un cristal, un carro, un pajarito...). Recordé ahora una anécdota que comentó algún profesor en algún semestre: un niño le disparó con una pistola de juguete a una prostituta. Cuando fue interrogado al respecto, respondió: le disparé porque las prostitutas son malas. Bien lo dijo ya alguien: los hijos son el reflejo de los padres.
Pronto a clases nuevamente.