domingo, 27 de diciembre de 2015

Sobre la moda, la identidad y conversaciones con mi sobrina

Ayer, durante una cena familiar, mi sobrina me preguntó que por qué tenía tatuajes y perforaciones y cosas en el cuerpo que otra gente no tiene. Me quedé callada un ratito, pensando en la respuesta misma, que en realidad ignoro y es la razón por la que me encuentro escribiendo, y también pensando en el modo de comunicarle a ella, una niña de ocho años, esa dizque razón. Al final le dije: "porque me gusta adornar mi cuerpo".

A pesar de que su propia madre, mi hermana, tiene un tatuaje de considerable dimensión, ella tiene una fascinación respecto al más grande de los míos. Es una fascinación mezcla de curiosidad y desprecio. Cada vez que lo saca a tema lo hace con desdén, y casi con frustración. Siempre "bromea" que me lo quiere quitar poniéndole salivita a uno de sus deditos y tallándolo contra mi piel pintada. "¿¡Nunca se va a quitar!?" me pregunta exasperada.

Ayer también me aclaró que le gusta más este aro que uso ahora en la nariz que el que traía antes, uno más grueso, de color plata y con una bolita que servía para cerrar la circunferencia del arete. El actual es de oro amarillo, delgadísimo y liso, sin ningún tipo de broche visible. Su preferencia radica, dijo, en que la bolita del otro, que yo conservaba dentro de las paredes de mi fosa nasal y no afuera porque me desagradaba su apariencia, la bolita asemejaba un moco. Estoy de acuerdo con ella.

No conforme con lo anterior, cerró la breve conversación con broche de oro: "ojalá que tu hija no sea así". Yo me sorprendí un montón y le pregunté, con una risa nerviosa, que por qué, y me contestó demoledoramente parca e inocente: "no sé".

Es cierto que me encanta adornar mi cuerpo. Hace algunos días concluía que son cinco los objetos hechos por el hombre que engloban mi necesidad material y me procuran gran gozo: libros, ropa, zapatos, accesorios y labiales. Cada uno a su modo, pero todos me dan cierto sentido del ser y de pertenecer. Creo que durante toda mi vida la lista ha permanecido igual, excepto quizás que antes a los labiales los sustituían las bolsas de mano.

Hace unos días creé un álbum de fotos en Facebook que muestra una foto de cada año de mi vida desde que tengo 15 años de edad. 13 fotos. En prácticamente todas hago un comentario sobre los accesorios que usaba y me gustaban en ese tiempo: calaveras, muchos collares, artesanías, colores brillantes, metales preciosos... Sólo hay tres fotos donde no llevo puesto o no son visibles los aretes o los collares o los anillos o las pulseras.

No sé qué representan para mí los accesorios. Para mí o para la humanidad. (Mientras escribo esto googleo "filosofía de la moda" y también envío un mensaje a una mujer que fue mi compañera en la maestría y que alguna vez me hizo una recomendación en el tema para que me recuerde qué libro era del que me hablaba.) Sé que a todos los museos de antropología a donde voy hay una sección destinada a la joyería de los pueblos aborígenes e indígenas. Sé que museos icónicos a nivel internacional tienen colecciones, exposiciones, curadores y expertos en el tema de la moda. Sé que es importante.

La semana pasada vi un documental llamado "Iris", que aborda la persona de Iris Apfel, una diseñadora de interiores y emblema mundial de la moda. En él fue aún más patente la relevancia que "los adornos" del cuerpo ejercen sobre la cultura y viceversa. Con esta mujer me quedó claro que el diseño de moda se alimenta de las culturas del mundo, del arte (mucho de pintura, de arquitectura y de escultura) y de la cosmogonía.

Justamente ayer estaba platicando con mi hermano y mi madre sobre los temas que me interesarían estudiar en el doctorado que algún día haré. Les contaba que me gusta la relación entre la violencia de género (la violencia contra el género femenino, para ser exactos) y la filosofía de la moda (nunca he explorado esa relación, pero intuyo que algo hay ahí) (también me llama la atención explorar qué hay en la relación entre el budismo oriental y las ciencias sociales occidentales). Y una inquietud que he tenido por años, más allá del ramo de lo intelectual, es el de la creación de joyería. Adornos, creación, color, vitalidad, dinamismo, belleza, vida.

En mi expedición a través de Internet me topo con estas reflexiones:

Un vestido, un bolso, un pantalón y hasta un collar son mucho más que lo indicado por nuestra visión. Aquellos elementos expresan ideas, sentimientos, emociones. Fueron construidos por el hombre y para el hombre; por ende su finalidad, más allá de la utilidad, siempre será la misma: el conocimiento, la virtud, la realización, la belleza… El plasmar una parte introspectiva del Ser en el mundo exterior.

La vestimenta es creada por el hombre y para el hombre, no sólo para vestir – lo cual es una necesidad básica –, sino para el placer, el goce y la elevación del alma.

(En la adolescencia) empieza a aparecer el concepto de estilo, estrechamente ligado al de identidad.

El tema de la moda lejos de ser un asunto meramente banal constituye un documento estético sociológico que da clara cuenta de las sensibilidades de una época, en particular de la voluntad de ruptura e innovación o, por otra parte, de férreo conservadurismo, quedando definido el asunto del vestir como un asunto sustancialmente político. La moda está en la calle y por lo tanto es parte constitutiva de la res pública.

Toda aquella sensación capaz de ser experimentada por el hombre, así como todo conocimiento adquirido por el mismo, ha de proyectarse directa o indirectamente en sus manifestaciones.

Ahora entiendo muchas cosas. Me queda claro que hice el álbum de fotos electrónico en un intento de comprender diacrónicamente mi proceso de formación del gusto. También comprendo que mi universo interior, tan expresivo, tan vivo, tan inquieto, necesita de modo imperioso salir a la luz, ser visto, ser admirado, ser gozado. Entiendo que cuando tengo libertad a la hora de escoger mi vestuario y la ornamenta, me siento más yo misma. 

Querida sobrinita: me pinté el pelo primero de rosa y luego de morado, me he perforado la nariz tres veces y tengo la piel marcada con dos tatuajes, porque igual que tú tengo la curiosidad despierta y siento una gran necesidad de explorar, de experimentar, de embellecerme (de acuerdo con mis estándares de belleza), de ser yo misma y rendir un tributo a ese ser y darle espacio de expresarse con holgura y libertad. Entre tu pasión por prendas y colores y texturas, y mi gusto por "cosas en el cuerpo que otra gente no tiene", hay un mundo de similitud. Y, ¿sabes qué? Espero que mi hija sea libre y expresiva como tú y como yo, pero sobre todo, como ella misma.

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