viernes, 21 de agosto de 2009

De cómo desde chiquita he sido una fracasada

Lo que ahora están por leer es la crónica de uno de mis primeros recuerdos de fracaso. Ya saben, una de esas veces que, a pesar de nuestra condición pueril, tuvimos conciencia de lo perdedores que estábamos destinados a ser. Oh sí.

Resulta que desde la más temprana edad (entiéndase, 5 ó 6 años) mis papás procuraron involucrarme en ambientes artísticoculturales: iba yo a clases de ballet clásico (donde por cierto la perra de la maestra me ponía en un rincón TODOS LOS JODIDOS DÍAS por ser tan platicona, y así me convertía en la bailarina conversadora más triste del planeta), tomaba lecciones de piano y leía incansablemente (mentira, claro que me cansaba).

Y resulta también que estaba yo inscrita en la primaria más riconaca imaginable: uno de esos lugarsuchos donde los papás de los infantes son de capacidad adquisitiva considerable pero como son de pueblo (sí, sí, Tepic es un pueblo), son bien no-educados y gastan su dinero todos los años en enviar a sus hijos a Disney durante las vacaciones de verano.

Bueno, pues como decía yo. Un mal año a los incompetentes directores del colegio se les ocurrió incluirme a mí en la lista de actividades para celebrar a las madres. Así es. Si usted hubiera mirado en aquel año la hojita doblada por la mitad con el orden del festejo, estaba mi nombre allí, acomodado así:

Alumna de primaria Sara Carolina de la Rosa Aguiar
Número musical. Interpretará la pieza *sabe dios cuál* en piano.

Ya se imaginarán. Primero el entusiasmo irracional de saber que toooda la escuela me iba a ver ahí arriba en el escenario, y tocaría virtuosamente, y sería la niña más pequeña jamás conocida en ser asediada por hombres (de secundaria) sedientos de recitales de música clásica. Y luego, claro, el nerviosismo, igualmente irracional. ¿Y si me sale mal? ¿Y si me pongo nerviosíssima? ¿Y si me dan ganas de hacer popó/pipí/diarrea/vómito? Ay no, ay no, ay no.

Total que se llegó el desgraciado día. Todo iba bien: palabras lacrimógenas y pseudomotivacionales del director, danza folclórica, recitado de poemas, obritas de teatro y a continuación la alumna Sara Carolina de la Rosa Aguiar va a interpretar una pieza clásica en piano. Y aquí empezó el problema. No, no en que fuera yo a tocar, sino en que le hicieron creer a la gentuza rica no-educada que iba yo a interpretar mis magistrales conocimientos en un piano.

Camino yo hacia el estrado muy segura de mí misma, balanceando con discreción y seguridad mi metro veinte de altura, subo las escaleras, y de pronto me topo de bruces con un puñetero teclado de medio metro de largo. Reputamadre, pensé (seguramente en lenguaje infantil de aquella época era algo así como Chiiiiiiin, no mancheeees). ¿Y qué podía hacer bajo la mirada aplastante del director que esbozaba una sonrisa de orgullo puerco? Pues sentarme y simular que iba yo a tocar mi piececita en un "piano" con 20 teclas.

Do re fa bemol mi la do si do bemol fa re si la bla bla blá y de repente no está la tecla que necesito. En un cuarto de céntesima de segundo pienso desaforadamente ¡¡¡NO ESTÁ LA PINCHE TECLA QUE NECESITO PARA CONTINUAR ESTA PIEZA!!! Y súbitamente, el gimnasio se llena de silencio. Tengo un nudononón en la garganta. Me paro indignadíssima y bajo caminando hacia donde está sentada mi mami, que supuestamente era el día para que se hinchara de orgullo maternal y en realidad está por sufrir una gran pinche horrible vergüenza. Y entonces Satanás, tomando la forma de un maestro, me toma por los hombros y me dice al oído "no te pongas nerviosa, regresa a tocar" y me da la media vuelta. De vuelta hacia el estrado, caminando dolorosamente por ese camino que parecía el que me iba a llevar al paredón. Toco las mismas teclas que la pieza me demanda y el teclado me ofrece y en el mismo jodido segundo que la primera vez, me detengo, PORQUE LA ESTÚPIDA TECLA SIGUE SIN ESTAR AHÍ. Ahora sí estaba emputada. Y como desde chiquita tengo gran sentido de la dignidad, no me iba a quedar como idiota sentada en el banco a verle la cara de burla y desconcierto a todas las mamás decepcionadas, los compañeros sorprendidos y los maestros anonadados. Que se vayan todos al carajo, pensé. Separé mis nalguitas del asiento, comencé a chillar como becerro recién parido mientras caminaba y, 'ora sí, me dejaron llegar a donde estaba mi mami. "Bueno, al parecer la alumna se puso un poco nerviosa y no podrá terminar. Démosle un gran aplauso" dijo el pendejo del director. NADIE, ni mis propios padres, me creyeron que le hacían falta teclas a ese teclado. Maldita sea.

7 comentarios:

mitch dijo...

weeey jaja tenía un chingo que no me reía tanto!! yo sí te creí por cierto. además, ahorita ya nadie se acuerda. hasta la vista roomie!

LUNAVE dijo...

... ES BUENISIMO TU BLOG!!! SALUDOS Y UN ABRAZO.

Unknown dijo...

Madres, antes di que no te pusieron uno de esos pianitos en forma de dinosaurio. Yo te creo Mandarina y te quiero por chillar en público =D.

alter-ego dijo...

Me he reído y vuelto a reir.
Amor incalculable para ti cariño mio

Zabioloco dijo...

saludos Citrus...

y cómo que piano te hubiera gustado????así como para mandartelo en la máquina del tiempo

sarahidalgop dijo...

hahahaha
ora sí ya te leí

Wally Perez dijo...

Al menos no te vomitaste en frente de toda la gente.

ja