lunes, 28 de septiembre de 2015

Un extraño viaje en el tiempo

La semana pasada atravesé un episodio breve pero contundente de procrastinación, que estaba a punto de dejarme abúlica y depresiva, hasta que decidí sentarme a escribir sobre ello. Salieron cinco cuartillas de pura catarsis: culpa, vergüenza, anhelo, frustración, decepción en mí misma... Un circo oscuro de emociones destructivas.

Después de mi ejercicio liberador, me puse a investigar todo lo que pude acerca del auto sabotaje, la disciplina, la procrastinación y la consecución de los sueños. Como resultado de todo ello, ahora tengo delante de mí, tras mi computadora y sobre mi escritorio, una hoja con un mensaje escrito por mí y para mí que saqué del blog Wait But Why, cuyo artículo sobre cómo superar la procrastinación (en inglés) pueden visitar dando clic aquí. El mensaje dice "the Dark Playground leads only to more misery", que en español sería "el patio de recreo oscuro lleva únicamente a más miseria". El patio de recreo oscuro es el sitio a donde siempre vamos los procrastinadores cuando estamos procrastinando: ese sitio donde encuentras actividades placenteras, entretenidas, divertidas, pero sólo relativamente, pues estás ahí con culpa, ya que es tiempo que le estás quitando a lo que sabes que te comprometiste a hacer y que, de hecho, quieres hacer. Pero es como estar esclavizado a ese recreo, y por eso es oscuro: es como una adicción.

Ah, cómo disfruto hacer digresiones. ¿Será una forma de procrastinación, pero del habla? ¿Hablar de cosas que no están conectadas con lo que uno quiere decir, pero de todos modos gozar tremendamente al hablarlas? Siempre lo hago. En ensayos escritos y en presentaciones orales. Me encanta hablar de una casa y meterme a cada cuarto, pero en vez de describir lo que hay en cada rincón, hablo de los recuerdos y los símbolos y las ilusiones que cada objeto representa. Puede ser que esto sea mi perdición o la clave de mi estilo (¿cuál estilo, me pregunto yo?).

En fin, para no hacerles perder (más) su tiempo, a donde realmente me dirigía era a que a partir de las investigaciones que hice sobre cómo sobreponerme a la procrastinación y recuperar el control de la vida propia, decidí que por fin iba a comenzar el proyecto de hacer un libro digital con los mejores textos de este (sí, este mero) blog que llevo desde hace siete años. El resultado: para diciembre 31 de este año voy a tener todos los textos escogidos y editados (en caso de necesitarse) (a quién estoy engañando, por supuesto que va a necesitarse) (aunque para ser honesta no lo sé, quizá decida, como testimonio histórico, dejar mis textos con su mediocre encanto), y para el 12 de marzo del 2016, día en que mi querido papá cumple tres años de haberse vuelto polvo de estrellas y presencia constante, y como modo de tributo, voy a liberar el libro en Internet. Eso nos deja a mi diseñador (que también es mi hermano) y a mí dos meses para escoger título y portada, y a él para hacer el diseño editorial.

Así pues, hoy empecé con mis cuarenta y cinco minutos diarios para la labor: fui a la columna de la derecha, busqué el año 2008, el mes de junio y empecé a leer. Qué barbaro. Qué mal escribía entonces. No tengo la menor idea de cómo es que tenía lectores, y más sorprendente aún, no tengo idea de cómo es que en aquel entonces tenía más comentarios que en la actualidad. Me hace gracia y me da ternura ver que yo era bastante pretenciosa y que me creía poeta. Por otro lado, me da tristeza leer cómo era de triste e insegura, y cómo buscaba aprobación con desesperación (verso sin esfuerzo: a lo mejor sigo escribiendo bien mal hasta la fecha).

Leer mis cuitas de otrora fue como subirme a un turibús cuya ruta es interna. Paradas en distintos puntos de mi corazón y de mi historia personal. Es muy raro, en realidad. Es como revivir las cosas, pero no tanto. Pues sí, volviendo a la analogía con el turibús, es tal cual visitarlas. Las veo con distancia, desde fuera, pero a fin de cuentas las veo, reconozco los personajes, la arquitectura, las intenciones, los planes, los errores. Estoy ahí pero ya no en primera persona. Soy una especie de tercera persona íntima. En fin, no estoy más que balbuceando.

Los comentarios que me hacían también son tremendo re-descubrimiento. Me acuerdo de las personas que me procuraban, me sorprendo de que me dijeran talentosa, sonrío cuando percibo su cariño, me extraño con los comentarios de algunos anónimos que ahora, tras los años, no tengo la menor idea de quiénes eran.

Pero el viaje (y su extrañeza) no se limitan a este ejercicio. Últimamente me he vuelto a sentir insegura e incómoda con mi cuerpo, como en aquellos años. Por equis o ye, no he ido a depilarme y el vello está poblando mi anatomía y automáticamente regreso a los años en que andaba por la vida con bigote y cubierta de axilas y piernas por pudor. Me están saliendo, además de los vellos, espinillas y caspa (lo que me impide usar gel y le da a mi cabello una apariencia muy desaliñada, como Mafalda cuando recién se levanta de la cama). Estoy engordando y no sé qué ponerme. Apareció, después de más de veinte años de ausencia, un fenómeno detrás de mis orejas que me martirizaba en la infancia: una especie de costras, como resequedad, cuyo alivio nos costó a mi mamá y a mí años, dinero y una procesión con distintos médicos que nomás no hallaban la respuesta, hasta que uno tuvo éxito. De hecho, en este blog, en este texto, hablo de esa vivencia, que también experimenté en los pies, simultáneamente. Me siento como una abuelita. Bueno, no exactamente. Simplemente estoy incómoda. Me siento poco atractiva, como una señora a la que la vida rebasó y ya no pudo o quiso ocuparse de sí misma, de su salud y su belleza.



Parecerá una tontada, pero es realmente terrible para mí. Claro que todo es temporal y pasajero, tiene solución y es cuestión de mantenimiento, pero por ahora me siento como abandonada, con pena de salir a la calle o de que mi esposo me vea. Me recuerdo a mi versión adolescente, y entonces es loquísimo estar atravesando los síntomas físicos y además hacer una re-lectura del diario de aquella época. No soy la misma, ciertamente. Pero hasta cierto punto la viajera se fusiona con el destino.

Bueno, caray, este ha sido un texto larguísimo y ya ni sé de lo que se trató ni lo que quería decir ni cómo terminarlo ni qué dirección darle. Un texto extraño, igual que el viaje en el tiempo.

4 comentarios:

Zabioloco dijo...

se publicará mi comentario anterior, era muy extenso?

Sara Mandarina dijo...

Jaja, ¿¿qué?? No te entendí, Zabioloco.

Zabioloco dijo...

Bueno lo que había escrito era que yo soy fan del blog desde hace años y me da harto gusto que vayas a hacer un "destilado" y selección perfeccionista de gajos. Hace tiempo un primo que estudió filosofía y letras publicó su primer libro y se basaba en un compilado de su mejor selección de ensayos. Me gustó que hayan coincidido. Hay muchos buenos. HAY PARTES O FRAGMENTOS QUE SON BELLÍSIMOS. así que déle duro a su compilado. Enhorabuena.

Sara Mandarina dijo...

Qué lindo mensaje, Zabioloco. Gracias. Te mando un abrazo.