lunes, 4 de mayo de 2015

Sobre la vulnerabilidad

Durante el fin de semana platicaba con un par de amigos acerca del matrimonio y el miedo a éste. Y les hablé del espacio necesario para mandar temporal e insignificantemente al carajo a tu pareja (espacio personal, le llaman). Les hablé también de la tierna amistad que uno siente hacia el ser amado con el paso del tiempo: porque comprendemos sus dolores, sus carencias, su imperfección. Les quise hablar del poema de Gibrán Jalil Gibrán que dice que el amor es la luz del sol en las hojas más altas de nuestro árbol existencial y también los fuertes terremotos que sacuden nuestras raíces. Y de lo que definitivamente no les hablé y me parece lo más importante y por eso vengo aquí a hilar palabras, es acerca de la vulnerabilidad.

La Real Academia Española de la Lengua declara que vulnerabilidad es la "cualidad de vulnerable", y que vulnerable es "que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente". No mencionan nada acerca de las heridas y las lesiones emocionales, psicológicas y espirituales, pero existen. Supongo que las tratan de englobar en lo moral. Efectivamente: ingreso de nueva cuenta a su dirección electrónica y especifica que moralmente es un adverbio y lo define como "según las facultades del espíritu, por contraposición a físicamente" (en cursivas en el original) o "según el juicio general y el común sentir de los hombres" (el subrayado es mío). Entonces ya queda claro: ser vulnerable es estar expuesto a ser lastimado carnal o anímicamente.

Todos detestamos el dolor. Es un hecho: incluso la gente que aparentemente disfruta haciéndose daño, en realidad está tratando de aminorar otra pena que le parece mayor. Quienes se cortan la piel, obtienen de ello un beneficio o un placer que les hace falta en otra esfera de su vida. Quienes usan drogas, por lo general están tratando de escapar de una realidad que perciben como mortífera. Así pues, de algún modo más o menos provechoso o exitoso que otro, todos vamos en búsqueda del bienestar.

Ahora bien, uno de los sinónimos del amor es dolor. Amor = dolor. Así de claro. Como ecuación matemática, aunque no tan invariable como una ley natural. En ocasiones el amor es éxtasis. Amor = éxtasis. Esto también es cierto. Son igualmente verdaderas ambas fórmulas. Pero nos inclinamos sólo hacia una, hacia la última: el enamoramiento, la infatuación,  el enculamiento, los primeros tres meses, la pasión, el sexo, los orgasmos... Pero esto es sólo una parte (no me atrevería a afirmar siquiera que es la mitad). También hay desesperación, angustia, frustración, tristeza, aburrimiento, hartazgo, resentimiento, enojo, resignación...

Más aún: ese dolor que es sinónimo del amor no proviene necesaria o exclusivamente de la convivencia o la interacción con el otro. No, señor. En gran medida (¿me atreveré a decir que la mayoría de las veces?) encuentra su fuente dentro de nosotros, en un mecanismo que opera independientemente de nuestro cónyuge o nuestro concubino o nuestro prójimo cualquiera. Las cosas nos duelen y la vida se presenta como sufrimiento simple y sencillamente porque estamos vivos, porque somos humanos. Nada tiene que ver una infancia traumática, una nariz fea, un intelecto inferior o una enfermedad crónica degenerativa. Todos sufrimos, ya lo dijo Buda hace cinco siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret. La existencia encarna e implica contradicciones, confusión, indecisión, errores, olvidos, ausencias, cambios, abandonos, carencias... Y de ahí nos viene sufrir. Existo, luego sufro, debió decir Descartes.

Nos duele creer que somos buenos y nos merecemos a alguien mejor que a quien escogimos en un momento de estupidez (¿sólo buenos?, ¿qué quiere decir eso de "merecer"?, ¿no será que la "estupidez" es en realidad la intuición o el corazón transformado en algo negativo en momentos en que nos juzgamos con una inmisericorde cerebralidad?). Nos duele creer que somos malos y la persona con la que estamos se merece a alguien mejor. Nos duele pensar que somos reemplazables, dispensables (y de ahí los celos). Nos duele sentir que alguien nos ordena o nos manda. Nos duele sentirnos esclavizados. Nos duele sentirnos abandonados. Nos duele sentirnos abusados. Nos duele el miedo de que nos duela. Y queremos huir del dolor.

Entonces levantamos murallas, nos distanciamos kilómetros y establecemos el silencio como premisa para la diplomacia y la política exterior. Nos refugiamos en un sitio donde creemos que estamos seguros. Nos retiramos hacia el interior. Nos convencemos de que estamos en lo correcto y el otro en un error. Hacemos una ceremonia de casamiento con nuestra percepción, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestro miedo. Por eso da tan inconmensurable terror casarse: porque en vez de casarte contigo mismo y tu modo de ver y pensar y creer y vivir y hablar, te estás casando con otro ser humano que no eres tú: te estás comprometiendo a un proyecto a largo plazo con alguien que no eres tú y no ve y no piensa y no cree y no vive y no habla del mismo modo que tú. Decimos "sí" a un proyecto que implica estar lleno de confianza y comunicación y perdón y respeto y humildad y fe y valor e incertidumbre. El matrimonio es, indudablemente, para valientes. Para valientes y para aquellos hartos de estar en relación estable con el miedo al dolor.

¿Y por qué alguien habría de hartarse de algo tan cómodo, tan cauteloso, tan suyo? Gran sorpresa. Porque el miedo al dolor duele. Duele creer que alguien es más inteligente o atractivo o simpático que yo, y por tanto me va a separar de ti. Duele querer dormir acompañado y sin embargo ser víctima de una voz que dice "si pides compañía o si declaras tus emociones, saldrás lastimado". Duele querer compartir la vida y estar enterrado, solo, bajo una tonelada de miedo al dolor.

Y ya que estamos, la vulnerabilidad se requiere no sólo para el amor. Se requiere para todo. Porque todo lo que hagamos en la vida puede lastimarnos física o moralmente: manejar, meternos a la regadera, tener sexo, leer, comer tacos, subir escaleras, emprender un proyecto, hacer un viaje, ponernos de novios, bailar. Para vivir la vida hay que estar dispuestos a sufrir heridas. También para amar, también para el matrimonio. Las cicatrices son propias de los supervivientes. Y quienes no se exponen a los riesgos de la vida, no desarrollan el sistema inmunológico: no tienen defensas para sobrevivir. Quienes no aman con el pecho abierto son más susceptibles de caer fulminados. Y un corazón intrépido es un músculo fuerte. En pocas palabras: lo que no te mata te hace más fuerte. Amen, pues, como antídoto contra la muerte. No se casen si no creen en la institución o no tienen dinero o parece que no es lo suyo. Pero si la razón es miedo al dolor y por tanto miedo al amor, no sólo están perdiendo el tiempo: están perdiendo la vida.    

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