Cuando yo era una adolescente de quince años comenzó la
adicción. Ponía el CD en mi computadora una y otra vez, y desde principio a fin
veía de nuevo e incansablemente la película “Fight Club”, hasta el grado de
aprenderme diálogos completos, hacer análisis de personalidad de los
personajes, aprender vocabulario nuevo en inglés, buscar datos curiosos en
Internet acerca del rodaje y el guión, y todo lo que usted se pueda imaginar
relacionado a una afición adolescente desmedida.
Incluso, en tercer semestre de la carrera, ya a los 19, hice
un análisis sociológico bien extenso y apologético sobre la película. La
profesora me repetía constantemente que era un pésimo tema y que seguramente
reprobaría. Me empeciné tanto que saqué un diez.
Ahora recuerdo la película y todo el universo alrededor de
ella que existe en mi cabeza, o en la vida real, y pienso que es una historia
patética hecha para los aburridos y los que se creen muy contestatarios, tanto así
que ven la película, hablan de ella e incuso imitan la trama y las acciones. La
revolución posmoderna.
“Fight Club” representa la insatisfacción llevada al
extremo, la ira contenida, el deseo de ser triunfalmente irresponsable, de ser
un misfit, un ser que no encaja en la
sociedad y que pretende no formar parte, sino permanecer en una marginación
vengativa y solitaria, con los golpes y el alcohol como el principal modo de
evadir las circunstancias personales y de darle un toque de adrenalina a lo que
en realidad es una vida succionada por el modus vivendi contemporáneo que no ha
hecho nada trascendental, en términos políticos, económicos, sociológicos o
artísticos, para incidir en la realidad y transformarla hacia lo que se piensa
que es el bienestar.
“Fight Club” es para personas sin el ímpetu suficiente para cambiar
el enojo en energía, en ideas y en creatividad; para personas comodinas e irresponsables,
infantiles, que siguen prefiriendo, como en la primera edad, culpar a los demás
de su infortunio y no tomar acciones sustentables, inteligentes, respetuosas,
fundamentadas para profundamente incidir en este mundo de porquería,
efectivamente, que nos ha tocado.
“Fight Club” retrata la realidad de un grupo de gente que
cree que reniega de la sociedad y sus normas cuando en realidad las están
aceptando incondicionalmente y a pies juntillas, porque intenta darle un giro a
las cosas, al sinsentido, a través del mayhem,
que es lo mismo que el caos, el mismo desorden hiriente que ya tenemos y que
requiere de inteligencia, información, creatividad y determinación para
convertirse en otra cosa. Volver todo un desmadre no es cortarle la cabeza al
monstruo, sino alimentarlo para que siga creciendo sano y fuerte.
Sí, ya dejé atrás mis quince años de rebeldía sin causa.
Pero es evidente que hay muchos que no.
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