martes, 16 de abril de 2013

Carta a un amigo, a un hermano

Hoy acompañé a misa a mi mamá porque antier mi pa' cumplió un mes en su Viaje del Misterio, y escuchando al padre fue que decidí escribirte. No sé exactamente por qué pasó en ese contexto. Quizá porque el padre hablaba de una manera abstrusa de Dios y recordé cuando ambos teníamos en común esa búsqueda un poco ciega por lo divino. Yo ya lo encontré.

Sí, ahora que lo pienso caigo en la cuenta de que definitivamente fue eso por lo que decidí escribirte de nuevo. El padre decía en misa que antes que el amor a los padres, a los amantes (por supuesto que no usó ese término), a los hijos o a uno mismo, estaba el amor a Dios. Yo creo que por eso la raza que va a misa no entiende ni pío de los "líderes espirituales religiosos" y se quedan en las mismas. Porque sólo hablar de Dios y no traerlo a la vida cotidiana es absurdo. Porque, ¿quién es Dios y cómo se llega a él con un lenguaje que es meramente humano y mortal?

En fin, el padre decía eso porque, realmente, amar a Dios antes que a nadie es amarse a uno antes que a nadie. Dios es la naturaleza, la proveedora de todas experiencias, alegrías y amarguras, la procreadora nuestra y de nuestros hermanos, la que habrá de acogernos de nuevo en su vientre al morir y convertirnos en otra de sus creaciones, quizás un árbol de inconmensurable sabiduría y paciencia, quizás un pez inquieto y efímero, quizás un niño vago que come tierra (como lo fuiste tú), quizás una mujer trabajadora y en paz, como lo que día con día me esfuerzo yo con ser. Dios soy yo. Dios eres tú. Somos parte de Dios, y como tal llevamos en la sangre y en la esencia, en lo hondo de nosotros, esa capacidad infinita de amor, de aprender, de ser mejores, de ser tan absolutamente hermosos como el mar, los atardeceres, las montañas y los ríos. Hay que amarnos a nosotros mismos antes que a nadie más, porque eso proveerá un auténtico y sabio amor. Amarnos a nosotros es amar las golondrinas y los mameyes que constituyen nuestros músculos y nuestro espíritu. Amarnos a nosotros es amar nuestra capacidad de supervivencia, de abrazos, de escucha, de observación. Amarnos a nosotros es amar a nuestra madre, porque necesariamente hizo lo que nos convirtió en esto que somos ahora: un ser que ha visto el mundo desde cierto ángulo y que puede retroalimentar al resto de sus hermanos con los aprendizajes que ha obtenido observando todo desde su particular e irrepetible posición. Y además de a nuestra madre, a todos los que se han cruzado en nuestro camino y que con besos o con fuego han forjado quienes somos ahora, seres más conscientes, más humildes, más adoloridos y por tanto más abiertos al gozo y al nuevo dolor, que traerán consigo nuevos aprendizajes y nuevas alegrías.

Yo encontré que Dios es en realidad Diosa. Que no morimos ni vamos a un vacío: entregamos la luz que somos a la luz que es la esencia de todo pero que permanece invisible a los ojos (no en vano es tan repetida esa frase del Principito que dice: "lo esencial es invisible a los ojos"), sólo accesible al corazón, para de ahí transformarnos de nuevo (puesto que la energía no muere) en algo más, reencarnar en lo que dice la infinita, impensable, inasible, impronunciable, inefable, inescribible sabiduría de la Diosa Madre Naturaleza.

Encontré también que esa sabiduría nos ha depositado en el corazón una misión. Las encomiendas varían de persona en persona, pero tienen un mismo fin: la felicidad propia y de los demás, y el bienestar nuestro y de los otros. Algunas vocaciones parecen absurdas y juzgables a los ojos de los demás: ser enfermera en África, maestro rural, trotamundos, acupunturista, contorsionista, monja, artista... Pero la Diosa Madre Naturaleza sabe mejor que nosotros que ese dictado del corazón loco, persistente, fuera de toda lógica concebible, es lo que verdaderamente es bueno para nosotros y para la humanidad entera. Así, pues, hay que ser locos. Locos trabajadores. Locos trabajadores que se alimenten de la valentía, la aventura y la felicidad que proporciona seguir el dictado del corazón. Locos trabajadores que depositen en sus vocaciones el mayor y principal esfuerzo, que los vuelva perseverantes, que rompan la inercia de la cotidianidad, que escalen montañas, que consigan metas, que muevan al mundo, que monten olas, que construyan techos. Así, cuando la muerte llegue, nada te habrá debido Dios, nada te habrás debido a ti mismo: todos los días te esforzaste por darte a ti y a los demás todo lo que tus fuerzas y conocimientos y amor te permitieron. Fuiste un valioso hijo de Dios. Fuiste una auténtica y pura manifestación del amor y el poder de Dios.

Cómo me gustaría que mis palabras se convirtieran en una ola gigante y gentil que se te meta hasta adentro y te empape el corazón y las entrañas. Que este correo mágicamente pase de ser un chorizo de letras combinadas en cierto idioma para volverse mariposas que te aligeren la cabeza y te lleven volando a donde tu corazón guíe el timón. El sabio y reprimido corazón, porque nadie nos ha enseñado a mirar a los ojos a Dios, a darle caricias, a sonreírle. (Parece ser que sólo nos han enseñado a temerle, a temernos.) Quédate observando tu imagen en el espejo. Acércate lo más que puedas. Mírate tus ojos. Encuentra las manchitas negras y marrones que tienes distribuidas azarosamente. Y date cuenta justo ahí, en ese instante, que ese tono, ese diseño, esa textura, fue creado por alguien cuya sensibilidad estética, habilidad y potencia supera la tuya de un modo indecible. Tú eres Dios. Lo llevas en esos mismos poros con los que fuiste capaz de sentir mi dolor, el dolor de una hermana que te sigue acompañando, más cerca aún, pues me he dado cuenta que compartimos origen, esencia y destino.

Sí, líbrate del cansancio: es una forma demoníaca de mantenerte temeroso a la muerte, inmóvil, fracturado. Esos pensamientos que secuestran tu maravillosa cabeza todas las mañanas y la patean, puñetean y escupen hasta que logran hacerte sentir cansado, esos pensamientos sustitúyelos por los de la divinidad. Siéntete libre, amoroso, agradecido, afortunado, especial. Volverás de inmediato a la infancia, a la energía, al juego, porque así te sentías de bebé y de niño, porque tenías poco tiempo de haber abandonado el vientre de la Diosa y aún estaba fresco el recuerdo de tu esencia duradera. Levántate y concéntrate y esfuérzate en construir a la persona que quieres ser y en modelar el mundo que le quieres dejar a tus hermanos que ya estamos aquí y a los que apenas están por venir.

Tienes una voz preciosa. No le robes el brillo para asumirte gris y derrotado. Púlela, levántala, entónala para agradecer que hoy estás aquí.

2 comentarios:

Ses dijo...

Qué carta tan emotiva, me ha gustado mucho.

ana luisa Perusquia dijo...

Amiga, me lleno de emoción y sentimientos al leer tan deleitante escrito, tanto que me obliga a buscar las mejores palabras que conoce mi pobre vocabulario, compitiendo débilmente con al que hace muchos años llamaste "mejor amigo" Y me robó un poco de ilusión ante nuestra especial amistad, el diccionario.

Ahora que soy madre me doy cuenta de la gravedad de la "industrialización" y lo mucho que ha dañado la educación y las relaciones familiares, no te imaginas cuál triste es ver a bebés, si bebes, arrojados a la escuela de la vida por sus propias madres a personas desconocidas, y no es que dude del avance de las instituciones pues ahora dudo más de muchas madres, pero duele ver el desapego de la crianza en casa, es fuerte ver la nueva sociedad de los abuelos educadores que después se transforman en abuelos acusados y abusadoS por sus propias hijas o nueras que "no tienen tiempo" para dar amor a sus hijos.

Pienso que como existen tantas nuevas formas maravillosas de ayudar a la humanidad, así también de grande es la malicia del diablo.
Y como tu dices, hay engrandecer nuestra espiritualidad para ganarle a esta industralización.