Ese día había desayunado
frijoles, es cierto, pero esa no podía ser la causa de aquella monstruosidad
que experimentaba. En el salón de clases me costaba mucho trabajo disimularlo.
Me inclinaba ligeramente hacia los lados, simulando que me acercaba a platicar,
y entonces los soltaba, esperando, temerosa, que fueran silenciosos, inodoros. Trémula
y sudorosa, pensaba en lo que sería de mi reputación si alguien se enteraba de
mi circunstancia.
Aquella mañana terminó con éxito,
pero vinieron más horas de angustia en el camino a casa, durante la comida, en
mi habitación, en el baño, en la ducha, en la piscina con las amigas, en el mar
con los primos, en la montaña, en el coche, en la cena romántica, en la
entrevista de trabajo, en el súper, en el banco. Miraba alrededor, disimulada o
exasperadamente, tratando de adivinar en el rostro de los demás si mi secreto
había sido develado. Mi paz mental era para entonces sólo un recuerdo.
La única forma de no ver mi vida eclipsada
por ese imperio anárquico en que se había convertido el extremo final de mi tubo
digestivo, fue dedicarme a inflar globos en las ferias de pueblo, trasladándome
de un sitio a otro, sin residencia fija, siempre detrás de una cortina donde
nadie pudiera ver el origen de esos globos de quermés cuya maestría y
procedencia intrigaban a tantos por esa robusta mezcla de aire y materia humana
que tan agradable resulta al tacto.
*Este texto lo escribí en septiembre de 2010 y fue el cuento que leí en la FIL 2011.
1 comentario:
Tantas citas ¿Para qué? Si en verdad leyeras simplificarías tu ostentación;harías una escritura fina, pero parece que más bien pretendes escribir cuentos trágicos para barbies de moda. Tus cuentos dicen lo mismo, no se te da mucho la creación. No hay imagenes, carece de sentido: O sea que pretendes decir algo sin decir nada. ¿No será que eres víctima de la moda? Sería bueno que leyeras "Cartas a un joven poeta" de Rilke, quizá y te cae el 20 y "renuncies a todo eso" de la escritura o te perfecciones.
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