jueves, 16 de diciembre de 2021

Eduardo se está muriendo

Eduardo se está muriendo.

No se llama así, pero lo respeto e incluso estimo, así que mejor le cambio el nombre.

De hecho, a veces lo veo y me parece, a simple vista, que está muerto ya. Que sólo está esperando que se le detenga el corazón. Que lo sepulten. Que le llegue el descanso. Lo miro y es un muerto desasosegado. Un cadáver inquieto, resentido, enojado, más bien adolorido. Tanto dolor que mejor se muere.

Aunque no es eso lo que él dice. Él dice que quiere vivir. Que quiere hacerse las radiaciones como le indicaron: 28, una diaria por cuatro semanas. Quiere achicharrar el cáncer que lleva dentro, en las tripas. 

Hacer de tripas corazón. 

Dicen que en los intestinos están las emociones. ¿Será que sus emociones se pudrieron? ¿Quedarían estancadas como el agua, acaso? ¿O el colon enfermo le afectó las emociones, los comportamientos?

Eduardo no es muy amable. Es más bien beligerante. Es mi vecino. Antes disfrutaba platicar con él, cuando me lo topaba en el parque que está cerca de nuestras casas, la suya y la mía. Me contaba de sus aventuras. Le pasaba de todo, según él. Mi marido dice que todo o casi todo son mentiras. A mí no me importaba, era como ver una película o una telenovela. Tanta acción y suspenso. Tenía una moto y andaba por todos lados en ella. En ella tenía accidentes inverosímiles y salía ileso. O lo hospitalizaban y como el protagonista y héroe de su propia historia, eventualmente triunfaba y se sobreponía. Tenía una perra que lo seguía a todos lados. Él quería creer que era una descendiente de lobos siberianos, pero era más bien una husky flaca y desentendida. Poco a poco lo fue perdiendo todo. Igual que perdió, como una vez me contó, sus negocios de importación, sus millones, sus bienes inmuebles, su matrimonio, sus vehículos, su perra, su moto y por último hasta el amor de sus hijos. 

Siempre hablaba de todo o de casi todo con nostalgia, pero sobre todo con rabia. Hablaba de lo cabrona que era su esposa y también de cómo le fue infiel incontables veces. Hablaba de que ningún hermanx o sobrinx lo quería y también de que les llamaba jotos, culeros, pendejos, ratas, putas, fodongas. Hablaba de que le iba mal en los negocios y también de que se peleaba con la policía y, en realidad, con quien fuera. Decía insultos, subía el volumen de voz, agitaba los brazos. A mí siempre me trató con deferencia.

Todas esas historias me resultaban interesantes, casi apasionantes. Pero noté que desde que nació mi segunda hija, ya no quería yo estar cerca de él nunca. Mi cuerpo me pedía irme. La intuición me rogaba que protegiera a mis hijas de ese veneno que era su energía. 

Hace un par de años, cuando solo tenía a mi hija mayor, me ayudó a ponerle lucecitas navideñas a un almendro que hay fuera de mi casa. Me enterneció mucho este gesto y prometí darle un regalo en agradecimiento. Se lo di hace apenas unos días. Unos jabones perfumados. Cuando se los di se soltó llorando. Se levantó de golpe de la banca del parque en la que estaba sentado y empezó a caminar en círculos como para distraer a las lágrimas, o a mí. 

Le diagnosticaron cáncer intestinal. Lo platica con una mezcla de tristeza y humor. Fuma mientras lo cuenta. Creo que fuma para aliviar los dolores de su alma pero también fuma para enfermar a su cuerpo. Mecanismos de defensa insanos, le llaman en psicología. 

Tras darle los jabones y presenciar su llanto y escucharlo contarme cómo absolutamente nadie en la vida le da compañía, atención, tiempo o ternura, me fui alejando de él. Físicamente, me fui distanciando, so pretexto de cuidar a mis hijas. Me escondí de su dolor tras mi maternidad. Mis niñas no querían atestiguar el dolor de este hombre, querían irse a jugar y correr y andar en bici y explorar y reír, y yo quería lo mismo, y lenta, educadamente me fui yendo tras ellas, junto con ellas. Y en cierto momento, a cierta distancia, con cierta perspectiva, fue que lo vi cadavérico ya, sentado de nuevo en la misma banca en la que estaba antes de entregarle los jabones. 

Mi marido cree que tiene esperanzas de vencer al cáncer. Yo sólo le deseo que descanse en paz, ya sea en vida o en muerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que tenga mucha fuerza!zabioloco