martes, 23 de febrero de 2016

Mi más grande amor

Hace más de un mes que no escribo y eso es un problema. No tanto que sea un problema en sí mismo, sino que, como creo haber dicho en otras ocasiones anteriores, cuando transcurre mucho tiempo sin que escriba, mi escritura se vuelve más rígida y dificultosa. Me entumo. Me da artritis creativa. Parálisis literaria. Pierdo el ritmo, el tono, el léxico, los temas, la emoción, la seguridad, el hábito de mover los dedos rápidos sobre las teclas y hacer que éstas se traduzcan en letras en la pantalla que forman palabras que forman frases que forman sentido.

Uf. Acabo de escribir eso de corridito. (Como cuando tienes una cita con alguien que te gusta mucho y recién se ven y estás hablando muchísimo porque estás nervioso y no quieres que el silencio se cuele como la destructiva humedad entre ese diálogo que en realidad es monólogo que podría transformarse en un futuro en una relación hermosa y fructífera, como las de Disney, como la que siempre has soñado. Uf. Esto también lo acabo de escribir de corridito.) Intentemos esto con más calma.

El hecho de que lleve más de un mes sin escribir no quiere decir que lleve más de un mes sin pensar literariamente, por ponerlo de algún modo. Pienso, por supuesto, que tengo que continuar con la edición de la antología de estos gajos, pero lleva en receso tanto tiempo que me intimida un poco. Me he auto saboteado, lo confieso. Lo dejo para luego. No lo he priorizado. Y el legajo de papeles está metido en mi mochila de la computadora, invisible y silenciosamente reprochándome el abandono.

También he pensado en escribir sobre el embarazo. Las crudas verdades del embarazo. Aquello que sólo encuentras en Internet cuando ya te está sucediendo y buscas un foro con gente real que comparta la locura contigo y en quienes halles consuelo y compañía. Por ejemplo, las veces que toso o estornudo y un pequeño chorrito de orina se despide de mi vejiga para aterrizar en mis bragas. Cosas nada glamurosas como ésa.

O, por otro lado, escribir sobre las cosas asombrosas y bellísimas y portentosas y sobrecogedoras sobre estar embarazada. Como sentirme un árbol en primavera que está dando frutas. O una flor en apogeo. O una Diosa. O un torbellino, O tierra fértil. O un paisaje hermoso. Un río limpio y caudaloso. Una planta frondosa. Un melón jugoso. Una encarnación de la Abundancia.

Así mismo, he pensado en escribir -confesar- los detalles de lo que ha sido para mí el hábito de la codependencia a lo largo de mi vida. Cómo se me manifiesta, qué implica, de dónde viene, en qué se traduce, cómo me jode y cómo jodo yo a los demás. Ya hasta tengo el título para ese texto. Se va a llamar Los placeres de la codependencia. Directo. Al punto. Pero sorpresivo. Casi aberrante, contradictorio. Pero infinitamente honesto. Y autodestructivo, también.

He querido escribir ficción también. Algún cuento con final horrendo, o con personajes perturbados. Algún cuento que hable de lo que sea, pero que hable. Que exista. ¡Que exista, por dios, que exista! ¡O que exista ese otro texto que quiero escribir en donde divago sobre las posibles respuestas y causas de una pregunta que por primera vez en mi vida me asaltó hace unos días y que es la interrogante sobre qué quiero o espero o necesito de mis sesiones de meditación!

Estoy desesperada por escribir. Por eso lo de hoy, aunque fue una especie de trampa porque digo todo sin decir nada, es una victoria sobre el mutismo. Extraño el jugo y el peso y la forma y la atmósfera de cada palabra. Extraño la concentración con que busco en mi cerebro las piezas del rompecabezas, y las selecciono, y las tecleo en un segundo gracias a mis clases de mecanografía en la secundaria, y milagrosamente encajan en el paisaje que voy pintando con los signos y los significantes que me heredó mi madre, mi familia, mi país, mi cultura, mi mundo. La lengua hispana es mi droga, mi alimento, mi cobijo, mi más grande amor.

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