lunes, 25 de julio de 2011

De por qué odio los programas televisivos de bromas pesadas

Tuve un novio que se rehusaba a decirme que me amaba. Su razón era, decía, que con esa materia prima, con las palabras, también se había hecho la guerra. Eran, por lo tanto, estos instrumentos con los que hablamos y supuestamente nos comunicamos, supuestamente articulamos ideas, potenciales armas. Me sigue pareciendo un capricho, pero uno de lógica irresistible.

Digo esto porque últimamente, cada vez que voy a escribir una palabra cuyo significado no domine por completo, la busco primero en el diccionario electrónico de la Real Academia Española de la Lengua (rae.com, para quien desconozca este utilísimo sitio). No vaya a ser que venga el diablo y con el uso mal hecho de las palabras se tomen las mías para iniciar una guerra. Así, pues, busqué la palabra "odio" (aunque reconozco que no es, un diccionario, el mejor libro al cual encomendarse para buscar el norte cuando de sentimientos se trata), y encontré esto: "Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea". Muy acertado. Deseo el mal (hablar de "el mal" me atrae de un modo inexplicable, casi morboso) para los programas televisivos de bromas pesadas.

La risa, se cree, está destinada a los jóvenes. Algunas pobres, pobres personas están en el entendido que la insumisión, el ruido y la diversión son propios de las tempranas edades. Este error, como el de suministrar nuestros hogares de fruta comprada en los grandes almacenes como Wal-Mart, les sale muy caro (me excluyo porque yo, sin saber a ciencia cierta qué o quién soy, tengo claro que aún pertenezco a los jóvenes y no a los adultos. Me excluyo también, sobre todo, porque yo no formo parte de ese malentendido.) . La risa, según he meditado muchas horas de muchos días de los pocos años que he vivido, es el más sofisticado modo de rebeldía. La risa se sobrepone a las desdichas porque quien ríe sabe que en la generalidad de la vida, en la infinitud del mundo y sus tiempos y sus geografías, cualquier tragedia es en realidad una nimiedad que, como todo, pasa ("Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido". Joaquín Sabina.) y termina por marchitarse. Reírse es no dejarse afectar. Reírse es otorgarse una segunda y una tercera y una vigésimosexta oportunidad para dejar de errar, para al fin acertar. La risa son las alas con las que ligeramente nos desprendemos del pesado juicio que los demás hacen de nosotros, pero principalmente de las insoportables expectativas que los otros tienen puestas en nosotros. Y, por supuesto, la versión más elevada de la risa es aquella cuya razón es uno mismo: sólo se puede reír de sí mismo quien todo se ha perdonado y quien de todo se cree capaz, hasta de volver a cometer el mismo error, volver a perdonarse y volver a reírse.

Los adultos y los viejos comienzan a dejarse perseguir por el temor a haber fracasado; se dejan amarrar por las exigencias sociales (ridículas, como casi todo lo social) tales como verse "bien", hablar "bien", actuar "bien". En una palabra: encajar. Si no te integras, te despide el jefe, te margina el amigo, te corta la novia, te rechaza la familia. Y la risa, como todo lo rebelde, está mal visto. Pensar en uno como un sujeto formado en la fila para morir con un pasado lleno de nada más que desilusiones puede ser, lo admito, bastante angustioso. Y pensar en la posibilidad de terminar los días fracasado y solo puede ser, lo admito también, bastante angustioso. Así que uno deja de reírse y empieza a tomarse las cosas muy seriamente.

La risa, entonces, debe ser utilizada con inteligencia (cualidad que no se contrapone con la espontaneidad): como herramienta de supervivencia, como detonador de reflexiones, como oportunidad para la relajación. Los programuchos televisivos de bromas que han propiciado este ensayo provocan la peor clase de risa, la que es estúpida e intrascendental. El quid de estos programas es reírse a partir de la humillación del otro, lo cual no es nada más que el reflejo de la falta de respeto propio. Montajes donde se engaña, una y otra vez, a incautos que reaccionan de distintas maneras frente a algo excepcional que creen verídico. En vez de analizar las respuestas que tienen y vernos reflejados en ellas (porque todos los seres humanos somos esencialmente iguales), nos burlamos porque formamos parte de los engañadores: sabemos que todo es una ficción y nos sentamos a mirar cómo caen los desprevenidos. Lo que hacen estos programas es formar un ejército de televidentes que progresivamente se despojan de su capacidad empática, sensitiva e intelectual: anestesian su alma viendo cómo se degrada o expone a ese otro que nunca soy yo. Es el entretenimiento de las masas acomplejadas, que buscan por un momento ser los burlones y no los burlados. No es un contenido que nos reconcilie con nuestro pasado y nos posibilite reír de aquello que somos y hemos sido, para redimirnos; al contrario: es una programación que nos condena a reírnos únicamente en el instante en que la desgracia es de otros.

Me parece que esta programación burda y simplona es un recordatorio de nuestra calidad sórdida y nefasta. En lugar de sabernos ridículos y por tanto tomarnos a la ligera, nos limita la posibilidad de liberarnos a través de la carcajada en una circunstancia de burla: creernos superiores para humillar al otro.

"El mundo del hombre es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la locura o el embrollo, no la carencia de sentido", dice Octavio Paz. Si bien resulta complicado, por decir lo menos, construir el sentido de nuestra vida como si fuese una ciudad funcional y hermosa, con estos programas este objetivo se ve aún más obstaculizado: despojan de sentido el concepto de dignidad humana. Nos deja reducidos a animales burlones, autodestructivos, insulares.

Podré haber cometido el error de decir palabras peligrosas, pero me rehúso a cometer el error de rebajar mi calidad humana y el de mi raza volviéndome seria y limitando mi risa, domesticando mi rebeldía, a una pantalla plana, de plasma, de mil pulgadas.

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3 comentarios:

Popo de Monstruo dijo...

Me encantó tu post, de lo mejor que he leído sobre la risa y la burla.
Son muy acertadas tus conclusiones. Te extraño perra maldita, ya ven para reír como siempre y pensar tanto de todo.

Unknown dijo...

Opino lo mismo que el señor de acá arriba.
¿Dónde estás?

Anónimo dijo...

Perfecto ensayo, diria yo.
;)
Que bueno que no veo tele. Y menos la mexicana.