jueves, 15 de abril de 2010

Hablar

Cuando hablamos, la importancia de las cosas se ve aminorada. Por eso es tan importante (y aconsejable) contar nuestros problemas, tan peligroso divulgar nuestros sentimientos y tan riesgoso repetir demasiado la mágica y temida frase "te amo" (sí, el amor sí existe, pero no es aquello que nos han contado. Es más, no es nada que podamos entender).

Precisamente por esta razón, la vivencia de las cosas más bellas, las más pequeñas, las innegablemente conmovedoras, es indecible, inefable. Uno nunca encuentra palabras para lo sublime, para los fenómenos que nos acercan a lo divino, a la parte más noble e imperfecta de nosotros.

Por este motivo, también, es que el silencio entre dos amantes es síntoma de salud: la naturaleza de ese flujo de emociones y sentimientos que ocurre dentro de la esfera que forma una pareja va más allá de la comprensión y el raciocinio: es tan grande que se escapa de la posibilidad de simplificarlo en palabras.

Un grupo de amigos que charla animadamente en la terraza de un café en primavera no es otra cosa que la expresión humana más básica: hablamos ligeramente de las pequeñas cotidianidades para restarle peso a nuestros problemas y para crear lazos sutiles pero agradables con los demás. De aquí, de este acto perfectamente común, es de donde surge la comunidad.

Es con la familia y la pareja, en cambio, donde nos sentimos con la confianza de externar aquello que llevamos más escondido, más adherido a ese núcleo que se escapa a nuestra conciencia y que conforma lo esencial de nuestras personas. Es con nuestra familia y nuestro amado(a) con quienes compartimos lo que comúnmente callamos, y de ese modo extendemos nuestra persona, nuestra individualidad al otro: no sólo "construimos con palabras un puente indestructible", como dice Benedetti, sino que invitamos al otro a formar parte de nosotros, a ser nosotros, a ser yo. Es la comunión íntima entre dos seres.

Es por esto que la verdadera familia y el verdadero amor son como la energía: no se destruyen, sólo se transforman.

*Por hambre, distracción de pensamiento, e insuficiencia de recursos literarios, este mediocre ensayo termina aquí.*

1 comentario:

Hombre del ocio eterno dijo...

Bellísimo, bellísima, bellísimo.