jueves, 28 de abril de 2016

Los placeres de la codependencia

Este texto tiene un título polémico. No se habla mucho, o por lo menos yo no he oído hablar casi nunca de un lado placentero de la codependencia. Se asocian a ésta una serie de palabras de connotación negativa: obsesión, adicción, sufrimiento, patetismo, dolor. Pero no hay, por lo menos de forma explícita o evidente, lazos con vocablos positivos, como amor, alegría, bienestar o placer.

Yo no soy experta en psicología ni en psiquiatría ni en la mente humana. Simplemente soy una amateur, una amante de observar mis procesos internos y, también, los de otros. Tampoco soy una experta en codependencia. Me parece que estoy familiarizada con la palabra porque crecí escuchando a algunos miembros de mi familia, precisamente, referirse a ciertos otros miembros como víctimas de ella. Y en efecto, hablaban del fenómeno como de algo terrible, como una maldición.

Así que antes de comenzar a escribir estas líneas me metí a Wikipedia (que de nuevo está en una campaña de recaudación de fondos, ahora con un mensaje más serio, esperando con ello, me imagino, una respuesta más solidaria de parte de los muchos usuarios indiferentes o insensibles a sus necesidades, que ahora se vuelve evidente que son grandes y serias) a leer algunos párrafos del artículo sobre el tema. Dice, grosso modo, que una persona codependiente se olvida de sí misma en pos de alguien más, y las necesidades y emociones de dicha persona quedan en segundo plano. También se incluye que al codependiente se le dificulta establecer límites porque "confunde la adicción con un amor que todo lo puede". Y también especifica que el codependiente suele establecer lazos interpersonales con sujetos conflictivos, para tratar de salvarlos o arreglarlos y de ese modo generar en el sujeto conflictivo la necesidad de tener o estar con el codependiente.

En caso de emergencia, mantenga la calma. Tras leer esta información, pues, conservo la calma. No sólo porque la gravedad del tema requiere mi mejor concentración e inteligencia, que sólo puedo obtener con tranquilidad, sino porque esto no es nada nuevo para mí. Tengo meses queriendo escribir este texto, y tengo años de haber detectado en mí, sin ayuda de artículos ni especialistas, algunos de esos infames rasgos. Aún recuerdo cuando hacía la reflexión, hace ya varios veranos, de que yo era tan dulce y paciente con el novio en turno porque esperaba que él se diera cuenta que nadie lo iba a tratar con aquella delicadeza y dedicación como yo, y que a cambio yo recibiría de él su fidelidad y lealtad eterna. (Sólo quiero puntualizar que espero, con sincera esperanza, que esto haya resultado incierto para todos mis ex novios, y que deseo para ellos lo mejor con otras mujeres o solos o como mejor les resulte, y que se hayan olvidado ya de mí.) Recuerdo haber sentido orgullo tras el descubrimiento, que llegó después de muchas horas de reflexión solitaria, sincera y silenciosa.

En fin, quisiera comenzar por decir que el día de hoy vivo todavía con los tres rasgos incluidos en el escrito de Wikipedia y mencionados anteriormente. Y quisiera decir justo a continuación que siento una honda vergüenza de esa situación, y también de hablarlo en público. Pero esto último es un paso hacia la curación, quiero creer. Por lo menos es un esfuerzo por lanzar mi voz para que le llegue a alguien más que, quizás, encuentre entendimiento, acompañamiento o alivio en estas palabras.

Ahora bien: si hay tanta vergüenza, ¿por qué ese título tan provocador? Lo cierto y lo doloroso es que a pesar del sufrimiento que viene con la codependencia, hay un elemento o varios de placer y confort en ella. Opera, tal cual, como una adicción. Y mientras que es fácil ver de fuera cómo una droga consume a quien la usa, y por lo tanto juzgar o sentir lástima, es un poco más difícil comprender su aspecto gozoso, y que es justamente donde reside el apego y donde reside la empatía.

 Yo no sé de dónde me viene esa cosa de la codependencia (tengo mis sospechas en las figuras femeninas de mi familia, pero dudo que sea tan sencillo como eso y ya). Desconozco aún cómo se volvió una parte casi inexorable de mi persona. Efectivamente he sufrido bastante gracias a ella y sí, como decía al principio, está vinculada a fenómenos negativos: falta de auto estima y respeto propio; temor a la soledad; inseguridad personal; falta de valoración de uno mismo. Todas ellas, etiquetas con las que no queremos identificarnos. Y en parte ahí reside la vergüenza, el trauma y la marginalidad de admitirse codependiente.

El caso es que aunque ignore o haya olvidado su origen, allí está. Se me presenta todos los días como algo a vencer. Hasta hace muy pocos meses una psicóloga me dio un ejercicio práctico y sencillo con el cual "aliviarme" de este mal: meditar varias veces al día alrededor de una sola pregunta: ¿qué necesito yo? Si se fijan, combate el primer rasgo que mencionaba hace algunos párrafos, el de que el codependiente antepone a los demás y es negligente consigo mismo. A partir de neutralizar este comportamiento, se atenúan los demás (el de la falta de límites y el de buscar generar la necesidad de uno en los demás).Puedo decir que es un ejercicio altamente efectivo, pero la codependencia sigue allí. Como una tentación, o como la salida fácil. Como si el respeto propio fuera escalar un cerro empinado y la codependencia fuera una resbaladilla en un parque de diversiones acuáticas.

Y es que, al incorporar actitudes codependientes, lo que recibo normalmente es aprobación. Como cuando dos perros en un parque se encuentran y uno de ellos se echa con las patas hacia arriba para declararle al otro que él no es una amenaza, que pueden ser amigos. Excepto que en la realidad humana, el perro que se quedó sobre sus cuatro patas a veces dice cosas hirientes, actúa de modo egoísta o nos molesta de algún modo u otro, y en vez de ladrarle, morderlo o dejarlo, me vuelvo a echar al suelo como muertita, y al mismo tiempo que me falto al respeto a mí misma y acumulo resentimiento contra el otro perro (una disculpa por la analogía tan burda), recibo algo que yo percibo como un vínculo de incondicionalidad. No voy a estar sola, no voy a estar excluida, no voy a ser vulnerable: soy fuerte en la compañía. Mi rango de emociones y necesidades queda reducido a uno: combatir el terror de sentirme sola, marginada.

Existe en psicología una famosa ilustración llamada Pirámide de Maslow (fue éste un destacado estudioso ruso). Tiene cinco niveles y trata de establecer no sólo las necesidades humanas, sino su orden de relevancia o de indefectibilidad. Es decir, las más básicas en (valga la redundancia) la base y las más sofisticadas, por ponerlo de algún modo, en la punta. Pues bien, tener un comportamiento codependiente me ayuda a subsanar algunas de las necesidades que aparecen en las primeras tres plataformas: las fisiológicas, las de seguridad y las de afiliación. Tremendo.

En las fisiológicas se satisfacería el apartado del sexo. Sí, es cierto: algunas veces en mi pasado conseguí relaciones sexuales gracias a este tipo de comportamiento (algo que no he mencionado y que es de suma relevancia es que este tipo de adicción es recompensado socialmente). Me imagino, volviendo a la imagen de los perros en el parque, que es mucho más fácil montar a una hembra sumisa que a una agresiva.

En las de seguridad, ya he mencionado la inmensa confianza que me da saberme acompañada, sobre todo si la compañía es incondicional. Siento que lo puedo todo, porque cualquier obstáculo o amenaza que la vida me presente, lo puedo superar con la fuerza de dos (mi codependencia siempre se ha manifestado con las parejas amorosas) y no depender sólo de mí (hace relativamente poco, en una sesión de terapia psicológica, descubrí que aún me veo a mí misma como una niña que necesita protección y dirección. Tiene todo el sentido del mundo, ¿cierto?).

En las de afiliación, pues, prácticamente todas. Sentir que pertenezco a un núcleo, que soy querida, que tengo familia o pareja. Creo que éste es el núcleo de todo, el meollo, el ojo del huracán. Me parece que la codependencia nace de una falta de amor propio, o de autofilia (ojo: palabra inventada por mí), y es entonces la búsqueda en el exterior de amor, de filia, de afiliación, porque no se han hecho aún las paces (o el amor) con el yo interno. Porque no he hecho aún las paces conmigo misma. (Tan pronto escribo esto en primera persona del singular y se me vienen encima, como olas revolcadoras, la vergüenza y el estigma.)

Por eso sólo puedo librarme de la codependencia cuando encuentre en mí misma una abundante fuente de amor, de seguridad y de poder. Porque dejaré de buscarla afuera. Porque podré escucharme a mí misma y decir que no y establecer límites y no necesitar a nadie ni necesitar ser necesitada. Sólo necesitarme a mí misma. Y así, cuando se acerque un perro a querer olfatearme, permanecer de pie sin peligro a representar una amenaza. Porque, ¿sabes qué, perro? Quizás sí lo soy, y soy capaz de enfrentar el conflicto que conlleve contigo.