jueves, 24 de marzo de 2016

Carta abierta a Emilia o Las peripecias de estar embarazada o Primer testamento de crianza

Te amaré, te amaré en lo profundo
Te amaré como tengo que amar
Te amaré, te amaré como pueda
Te amaré aunque no sea la paz
(…)
Te amaré, te amaré junto al viento
Te amaré como único ser
Te amaré hasta el fin de los tiempos
Te amaré y después te amaré
Silvio Rodríguez

Querida hija mía,

A las pocas semanas de enterarme de tu existencia como semillita dentro de mí, leí en algún lugar la recomendación de llevar un diario para poder heredárselo al bebé y que fuera un lindo detalle: la narración de sus primeros meses de vida, cuando aún no ha salido de su primer hogar. Me gustó mucho, lo quise poner en práctica, y sólo escribí cuatro días. Disculpa las consecuencias de mi indisciplina. Éste es, pues, un intento por dejar constancia de mi experiencia, mis emociones y mis opiniones durante el embarazo pero no sólo.

Habrás notado que esta carta tiene tres posibles nombres. El primero de ellos significa que estas líneas son tuyas, fueron escritas para ti y podrás volver a ellas cuando quieras, como destinataria que eres, y quizás sacar algo distinto cada vez. Pero creo que no sólo tú podrías sacar provecho de estas palabras: quiero creer que hay algo valioso en ellas para la humanidad entera. Y es por ello que es una carta abierta, disponible no sólo para ti. Perdóname de antemano por cualquier inconveniente que esta decisión mía pueda traer a tu vida. El segundo título responde a que quise que este texto fuera tanto una misiva dirigida a ti, como un relato de las locuras, las aventuras y las sorpresas que se me han presentado con el embarazo. Uno de los primeros pasos que tomé para escribirla fue buscar el significado de la palabra "peripecia". Dice el diccionario, mi gran amigo, que es un "accidente imprevisto o cambio repentino de situación". Tú estás lejos de haber sido un accidente o un imprevisto (tu papá y yo te pensamos, te platicamos, te deseamos y fuimos tras de ti, hasta que por fin estuviste en mi pancita). Pero ciertamente tu llegada a mi vida ha representado un sinfín de cambios repentinos. El tercer título se refiere a la declaración que hago en estos párrafos de las ideas que he cobijado como fundamentales para criarte como hija mía y ciudadana de este mundo. No es una declaración definitiva: nuestro camino juntas apenas comienza, mucho habré de cambiar y por lo tanto, mucho cambiarán mis ideas y mis creencias. Pero el día de hoy que redacto esta carta para ti, esta es la esencia de mi pensamiento como madre.

Algo que me gustaría dejar muy claro desde el inicio es que he tenido, hasta el día de hoy, un embarazo estupendo. No ha estado exento de molestias o dificultades, pero ciertamente ha sido una gestación llena de salud y de vida. Estoy cerca de cumplir ocho meses de llevarte en mi vientre, y sólo tengo un par de semanas de haberme dado cabal cuenta de esto que digo. Y lo digo porque es importante decirlo. Es difícil saber cómo es un embarazo, porque todos y cada uno son distintos, y las comparaciones son inevitables (sobre todo en el primer embarazo, con tanta inexperiencia, y sobre todo porque todas las mujeres tienen una opinión y una vivencia que quieren compartir: "yo me salía a correr hasta el día antes de parir", "yo me paraba de manos hasta los ocho meses", "yo tuve diabetes y preeclampsia", "yo me la pasé dormida los nueve meses"). Es por ello que recibí comentarios como "eso no es normal", "eres muy delicada", "estás demasiado estresada", "qué raro", "estás demasiado gordita", "no has engordado nada", "te ves estupenda", "duerme todo lo que quieras". El espectro de percepciones es tan grande como la cantidad de personas con las que he hablado (muchas veces no sólo las mujeres tienen algo qué decir: también los maridos, los ex maridos, los hermanos, los hijos, los padres...). ¿He tenido síntomas desagradables? Claro que sí. ¿Estoy sana, en perfecta condición y lista para tener un parto natural lleno de poder y sabiduría? Absolutamente. No ha habido nada raro o preocupante en el proceso de tu gestación, Emilia. Simplemente han sido mi cuerpo y mi alma adaptándose a tu cuerpo y tu alma.

Desde el 25 de diciembre de 2015 hasta el día de hoy (o sea, tres meses), has llevado en mi interior una actividad frenética. Para Navidad nos regalaste a tu papá y a mí tu primer movimiento perceptible, tu primera señal inequívoca de vida. Sabiamente, le pegaste a tu papá en la cabeza con una de tus piernitas (un gesto asombroso de tu parte, porque pareciera que ya lo conoces: a veces hay que estremecerlo para sacarlo de su omnipotente cabeza). Él, que estaba reclinado sobre mi abdomen, brincó y se entusiasmó y nuestras miradas y sonrisas se encontraron en júbilo: en un mismo instante, ambos habíamos sentido la primera patada de nuestra bebé: en una fracción de segundo, los tres nos comunicamos en silencio, con nuestros cuerpos, en perfecta sintonía. Y tú, por supuesto, fuiste la líder, la protagonista del momento.

Desde entonces no has dejado de moverte. Mientras escribo estas palabras tú te retuerces como gusano o mariposa o viento o mar o todo junto. Lanzas tus piernas y tus brazos en todas direcciones, con diferente intensidad y velocidad, con distintos efectos y sensaciones en mi cuerpo. A veces me haces cosquillas, a veces creo que me voy a orinar involuntariamente, a veces me asusto. Algunas personas me han dicho que ya empieza el momento en que te vas a acomodar para el parto, que pronto dejarás de moverte, pero yo no veo que te importe mucho lo que esas gentes me han contado. Te noto llena de energía siempre (como tu papá), a veces me pregunto a qué hora duermes, o si esta vitalidad que manifiestas es un rasgo temprano de tu inteligencia, de tu inquietud, de tus vagancias. Y pienso, cómo no, en que yo me rehusé a acomodarme dentro del vientre de mi mamá, tu abuelita, y me pregunto si esto que experimento contigo será un rasgo de personalidad que te estoy heredando. Desobediencia congénita. Inteligencia e iniciativa, voluntad fuerte. Me gusta pero me asusta. No sé hasta qué grado te vas a parecer a mí, pero si resultas ser mi espejo, serás entonces el mayor reto y la mayor bendición que me ha enviado Dios (incluso más que tu papá, que por ahora es mi más grande reflejo), pues serás la oportunidad perfecta para comprenderme, amarme, perdonarme y crecer, pero también la ocasión ideal para rechazarme, despreciarme, castigarme y sufrir. Y del modo en que me trate a mí misma será el modo en que te trate a ti. Pero no tengas miedo: el primer paso es ser consciente de esto, y yo ya lo soy. Quiero que seas libre, fuerte y alegre, quiero comprenderte, amarte, perdonarte y verte crecer; no quiero rechazarte, despreciarte, castigarte y verte sufrir. Pero por favor: llega al mundo por parto natural, no por cesárea.

Y cuando digo que quiero que seas libre, fuerte y alegre, no quiero que te imagines que no te voy a poner límites, o que voy a ser una de esas señoras políticamente correctas que por temor a equivocarse no ejercen autoridad. No, Emilia: uno de los modos en que te voy a enseñar libertad, fortaleza y alegría es presentándote ante retos y dificultades, enseñándote responsabilidad y obligaciones, y apoyándote en momentos de dolor y sufrimiento. Yo nunca te voy a golpear, Emilia, pero tampoco te voy a debilitar protegiéndote de los inevitables golpes de la vida: te voy a enseñar la mejor actitud para recibir el golpe y las mejores estrategias para sanar y aprender, crecer.

Quisiera platicarte algunos de los rasgos maravillosos de estar embarazada de ti. En primer lugar, mi concepto de ser mujer cambió sustancialmente al enterarme de que puedo crear, albergar y nutrir a una semilla, apoyarla en su conversión a ser humano y proveerle todo lo necesario para su incorporación al mundo. La maternidad o el embarazo, como nada más en el mundo, es capaz de ampliarle a la mujer la dimensión de su existencia sobre el planeta. Y esta idea me lleva a la siguiente: la relación con la Naturaleza y lo Divino. Al estar embarazada me sentí como una flor abriéndose al mundo, como un árbol que esta primavera dará sólo una fruta sagrada, como una tierra o un paisaje en el que las semillas se convierten en vida y la vida brota de las superficies y explota en belleza bajo el sol. Y tú eres la explosión de vida y hermosura, pero en ese fenómeno llamado fecundidad y fertilidad yo también me vuelvo la hermosa portadora y dadora de vida. Soy parte esencial del milagro. Soy bendecida con la abundancia de la Diosa Madre Naturaleza, lo cual me da humildad ante el inmenso poder de Dios, y al mismo tiempo soy la portentosa  fuerza de vida. Yo, como mujer embarazada, estoy directamente conectada a la energía creadora de La Vida. Soy un fragmento de Dios, una de las manifestaciones de su generosidad, su belleza, su poder. Y también lo eres tú. Tu corazón y su feroz latido, tus movimientos efervescentes, el crecimiento constante y sano que has llevado a lo largo de los meses: eres la encarnación de la vida: tu carne es vida: tú eres vida: milagro, fuerza, belleza, poder, luz, transformación.

Y una de las más difíciles tareas del embarazo y de ser madre es soltar a los hijos. Tan pronto como tu cuerpo y el mío dejen de ser uno mismo, tú serás una personita independiente, un individuo.  Están los años de crianza, por supuesto, pero tú serás tú misma. Eres una extensión de mi cuerpo, eres mi carne, mi sangre y mi espíritu (y de tu padre), pero al mismo tiempo eres otro ser humano. No eres yo, no eres tu papá, ni siquiera eres la mezcla de ambos: eres mucho más: eres tú. Quizás eso sea un gran componente de lo que llaman depresión posparto. Parirte no sólo será una experiencia cumbre, una experiencia crítica e intensa: también será un duelo. Perderé tus pataditas y la exquisita redondez de mi cuerpo, además del control de mis horarios y mis movimientos, el egoísmo de mis pechos, las horas de sueño, la dinámica de pareja con tu papá tal como la conozco desde hace años. Por eso he empezado, desde hace algunas semanas, a sumergirme en las profundidades de la idea de la impermanencia. Amo mi condición de embarazada y te amo dentro de mí, amo mi vida en la actualidad y amo mi presente versión de mí misma. Y tengo que dejar ir todo ello en algunas semanas, en cuanto nazcas. Y entonces, en la medida en que exitosamente suelte lo que amo hoy y que habrá de cambiar y morir, amaré lo que venga, que también a su vez algún día habrá de irse.

Tu papá y yo nos divertimos pensando en cómo serás, no sólo físicamente sino en tu personalidad y carácter. Según yo, algunas cosas están claras: tendrás ojos grandes y hermosos (aunque oscilo entre creer que serán cafés o verdes), cabellera rizada y rebelde, y unos labios preciosos. Además, serás porfiada, creativa, sumamente inteligente, con sentido del humor y platicadora. Todos estos son rasgos en los que tu papá y yo coincidimos. Por eso creo que las probabilidades de que los heredes son enormes. Pero claro, una nunca sabe: podrás tomar de abuelos o tíos o de quién sabe quién. Pero además quiero confesarte que hago ejercicios constantes para desprenderme de ideas y creencias sobre ti que puedan determinar la forma en que te veo, el trato que te doy o la educación que te brindo. Por ejemplo, a veces te imagino muy vaga e inquieta, o exaltada y caprichuda (sobre todo por lo mucho que te mueves dentro de mí), y no me gusta imaginar eso. Me parece que te limito, o te prejuzgo. Que te condiciono, incluso. Así que procuro distanciarme de estas especulaciones, y mejor limitarme a observarte en tu andar por el mundo, con compasión y generosidad. Sé quien quieras, yo habré de tener la sabiduría de ser la mejor madre posible para ti.

Hay tres cosas que quiero plasmar por escrito, para que duren más y las palabras no se las lleve el viento. Tres pilares filosóficos sobre los que pienso basar tu crianza. El primero de ellos es al mismo tiempo muy espiritual y muy pragmático: la abundancia y la generosidad.  En estos 27 años de vida he aprendido, querida hija, que Dios, La Vida o El Universo (como lo quieras llamar, para mí son sinónimos) es permanentemente abundante. ¿Qué quiere decir esto? Hay riqueza de todo lo que necesitas de manera perpetua. Incluso en contextos que parezcan desérticos, pobres o de carencia, hay abundancia: principalmente de aprendizajes y lecciones. Y es que no toda la abundancia en el mundo es material: tú tendrás grandes cantidades de inteligencia, destrezas, aptitudes, salud y personas que te queremos, por mencionar sólo algunas. Y con éstas, puedes conseguir todo lo demás que quieras y necesites. Te voy a dar un ejemplo. Cuando yo viví en Montreal, la ciudad en donde nació tu papi, a la edad de 20 años, hubo varios días donde no tenía comida que necesitaba para saciar mi estómago hambriento. Pero lo que sí tuve fue la fuerza de voluntad para convencerme de que yo estaba bien a pesar de tener hambre, y de que tarde o temprano todo saldría bien. Y así fue: todo salió bien. Y desde entonces mi ecuanimidad y mi poder mental son mayores. La segunda clave de la abundancia es la generosidad. ¿Qué es la generosidad? La abundancia que recibiste del Universo, depositada nuevamente en el Universo. Así de sencillo. Ofrece al mundo y a otros seres humanos lo que tienes, porque no te pertenece exclusivamente a ti: te ha sido dado para que lo compartas, y mientras más lo compartas, más te será dado. La riqueza y la abundancia son un río, preciosa Emilia: el agua llega a ti (de muchas maneras: paciencia, inteligencia, creatividad, dinero, tiempo, ropa, zapatos, juguetes, comida) y si la devuelves al río con la misma gracia con que la recibiste, te seguirá llegando, porque nutrirás al río. Si, por el contrario, quieres conservar el agua y apartarla para ti, irás secando la corriente y habrá menos líquido para ti y también para los demás.

El segundo pilar con que habré de guiar mi papel de madre es lo que yo llamo AAD. En orden de importancia: Amor, Arte y Deporte. Te voy a decir algo como maestra y como hija de maestros, Emilia: yo no creo en las escuelas ni en la Secretaría de Educación Pública ni en la “educación” por competencias ni en nada de eso. Creo que el diseño actual de las escuelas es aburrido, incoherente y contraproducente. Yo no espero que aprendas nada de las horas que pasarás en la escuela (tal vez sólo habilidades de socialización). Es más: sólo te voy a inscribir en la escuela para descansar unas horas de ti (y que tú descanses de mí) y poder hacer otras cosas con mi tiempo personal. Y no estoy dispuesta a pagar por educación privada, jamás. Porque así como no creo en la educación pública, creo menos en la educación privada, y su mera existencia me parece aberrante (el conocimiento no debería estar ligado al lucro ni a intereses financieros personales o grupales). Yo me voy a encargar, igual que mi mamá se encargó conmigo, de que adquieras el hábito de la lectura, de que tu ortografía sea buena, de que tu noción de la geografía sea mejor al hablar de ella cuando salgamos de viaje, de platicarte y explicarte la Historia, de que entiendas las matemáticas, de que comprendas el inglés y el francés, de que sepas en qué consiste una buena tarea y una investigación responsable, de que adquieras cultura general al involucrarte y contarte y llevarte a tantas cosas. Pero antes de eso, me voy a encargar siempre de amarte por encima de cualquier otra cosa (y manifestártelo, y asegurarme de que ese amor sea provechoso para ti y te haga crecer), de involucrarte en actividades artísticas que te permitan divertirte, expresarte, experimentar  y comprenderte, y de acercarte a actividades físicas que te enseñen disciplina y te mantengan sana física y mentalmente.

Por último, el tercer pilar sobre el que sostengo mi maternidad será sobre el hecho de que eres mujer y lo que eso implica. En este mundo, desde hace demasiados siglos, la mujer ha sido condenada, rechazada, juzgada, temida, violentada, censurada, dominada e incluso satanizada. Esta situación continúa hasta el día de hoy. Es por ello que como tu madre me encuentro por un lado orgullosa de tu sexo, y por el otro lado, preocupada por tu sexo. Orgullosa porque la mujer tiene una conexión más profunda y palpable con Lo Divino (el embarazo es un ejemplo claro de ello), y porque sus capacidades y posibilidades son prácticamente infinitas. La mujer es un sujeto de poder y de belleza, por infinidad de razones. Preocupada porque la sociedad se obstinará en volverte un objeto (sexual, para ser precisa), en exigirte una apariencia física que nunca será natural y que te va a implicar desilusión y frustración, en insinuar que eres débil, chismosa, superficial, inestable, voluble, emocional antes que racional, consumista, tonta, promiscua. Hay miles de formas, sutiles y burdas, de violentar a una mujer: acoso sexual callejero, violaciones, asesinatos, expresiones coloquiales (“pareces vieja”, “lloras como niña”, “qué puta”), despidos por embarazo, salarios inferiores… Hay muchos ejemplos, Emilia. Y yo tengo el angustioso presentimiento de que el resentimiento de sufrir tanta violencia va a llegar a tal grado que la comunidad femenina comenzará a actuar, también, con violencia. Te lo vuelvo a repetir: en casa serás recibida con una atmósfera pensada para hacerte un ser humano libre, fuerte y alegre: no un objeto, no oprimida, no débil, no estereotipada, no discriminada. Y como una mujer amada, abundante, generosa, libre, fuerte y alegre, tú no hallarás refugio en la violencia. No caigas nunca en el engaño, Emilia: la única solución, siempre y en todo lugar, es el amor. Y esa es una declaración política, no sólo espiritual, de principios, valores, ideas y proyectos.

Respecto a las cosas desagradables del embarazo, puedo decirte que hay algunos días, sólo algunos, en que encuentro particularmente nefastas las limitaciones a mi menú: nada crudo (¡extraño el atún del sushi!), no quesos blandos (Brie: aún pienso en ti), no embutidos (jamón ibérico: ¡vuelve a mí!), no alcohol (a veces bebo un poquito, pero muy poquito), por mencionar algunos. Pero también puedo escribir un párrafo entero de otros pequeños inconvenientes: en el primer trimestre llegaron las náuseas, los dolores de cabeza, un cansancio paralizante y un atroz dolor en los pechos; en el segundo trimestre hicieron acto de presencia la comezón en la piel, las taquicardias, la falta de aire, los mareos, la incomodidad para dormir (¡qué difícil fue acostumbrarme a no dormir boca abajo!), el dolor en el nervio ciático y en la espalda baja y las hemorroides; el tercer trimestre ha traído consigo torpeza en los movimientos, ganas absurdamente frecuentes de orinar, bochornos, cansancio de nuevo y olores corporales “especiales”.

Pero nada, nada se compara con la dicha y el gozo y la fortuna de llevarte adentro y de esperar tu llegada. Vas a cambiar nuestras vidas para siempre, Emilia. Y aún antes de verte y conocerte, ya me has hecho más feliz, más grande, más madura, más fuerte: mejor. Gracias, hijita (¿sabías que así me decía tu abuelito?).

Con amor, 

tu mamá.