lunes, 18 de enero de 2016

El retrato de un hombre

Hola, Esteban. Ayer me encontré una foto tuya en las redes sociales. ¿Te acuerdas aquella vez que tuvimos una pelea, quién sabe por qué, y yo me enojé muchísimo contigo y tú no te querías ir de mi casa hasta que te perdonara, y yo estaba furiosa y no te perdonaba y tú insististe y finalmente te dije que no podía estar enojada contigo, que siempre te iba a amar, incondicionalmente?

Ayer me di cuenta de que eso que te dije era mentira. Me di cuenta al ver tu foto que ya no te amo. Que dejé de amarte hace un montón. No sé cuánto, porque uno no se da cuenta cuando deja de amar a alguien, porque por algo dejas de amarlo, ¿no? Y no es precisamente porque pienses constantemente en el o ella, o porque estés atento al día y la hora en que desaparece de tu corazón. Simplemente pasa, y con el transcurrir del tiempo llega alguna situación que te permite darte cuenta de ese amor que se ha ido. Como esto que me pasó, de encontrarme tu foto sin deberla ni temerla.

Cuántas cosas se dice uno cuando está enamorado, ¿no? Lo aburrido es que para la mayoría de las parejas es lo mismo: "prefiero morir que estar sin ti", "eres mi todo", "eres lo mejor que me ha pasado en la vida", "cruzaría el mundo entero para ir a buscarte"... En fin. Ya sabes de lo que hablo. Son sólo algunas parejas excepcionales las que se dicen cosas excepcionales. Y yo no sé qué cosas sean esas, porque yo no soy excepcional. Pero sí recuerdo, por ejemplo, la vez que entré al cuarto de una pareja de novios con la que compartí departamento y encontré notitas que él le dejaba a ella con citas de poemas amorosos que eran realmente hermosos y fuera de lo común. Aunque claro, ahí lo que es excepcional es que el muchacho leía poesía y luego le dedicaba versos a su novia, no tanto su sensibilidad o su capacidad de cursilería, porque la verdad era que la tomaba prestada de los poetas. De todos modos me morí de la envidia. Tú alguna vez te sacaste una figura retórica o dos, pero más por narcisista que por enamorado. Querías explorar tus capacidades literarias.

Bueno, como te decía. Vi tu retrato y era la cara de un hombre. Una cara más, como cualquier otra. Se podía adivinar en los ojos cierta ternura y al mismo tiempo mucha locura. Como si tus ojos fueran la puerta de entrada a un desmadre que intenta ser inofensivo. Pero déjame decirte que en general fue una experiencia muy extraña. Me sorprendí de que tuvieras una frente, una nariz, unos cachetes, una quijada, un mentón y un tono de piel igual que cualquier otro ser humano. O sea, eres uno más, ¿me explico? Un mortal más. Antes, hace mucho, cuando veía tus fotos, más que ver tus facciones como si fuera la primera vez, veía tu cara y en él estaban impresos todos los recuerdos y toda la espiral de locura a la que me arrastraste. O sea, no te veía a ti. ¿O sí? No sé.

El caso es que ahora me parece que sí te veo. Como si fuera la primera vez. Te veo de nuevo. Te veo fresco. O mejor dicho, te veo y te encuentro fresco. Como pez recién pescado, mis ojos te acaban de encontrar en el océano de caras de la humanidad. Y ahora tengo la impresión de que te podría volver a amar otra vez, de nuevo y de forma fresca, también. Hay algo en tu cara que tiene potencial amable. Es que para empezar no eres tan feo. Y en segundo lugar, tus labios insinúan que pueden sonreír y crear una sonrisa linda; se ve que tu piel y tu pelo podrían ser suaves al taco; se nota que tus ojos podrían fijar la mirada con infatuación.

En fin, ya no te amo pero creo que podría amarte y por eso te escribo esta carta. Para ver tu respuesta. Para dejarme arrastrar por tu locura de nuevo, ya sea en turbulenta complicidad o en sufrido silencio. ¿O será, sencillamente, que te sigo amando?

martes, 12 de enero de 2016

Terapia onírica

-Entonces la piel de las manos se me empieza a resquebrajar, como que está tan reseca que se rompe y me duele y me sale sangre. Entonces volteo a verlas para ver qué está pasando y de pronto veo mis uñas que están enormes y parecen garras y mis manos se empiezan a transformar como en las patas de un animal salvaje, pero antes de que la metamorfosis haya sido completada se me aparece una mochila JanSport de colores vibrantes y un diseño así chidísimo, entonces mis garras vuelven a ser manos, yo creo que de la enorme tentación de tocar la mochila, y efectivamente estoy a punto de tomar la mochila entre mis manos que de nuevo son humanas y ya no me duelen ni nada, y en eso la mochila desaparece y todo desaparece y de repente estoy parada en frente de una carretera desierta, completamente recta pero sinuosa, y como si fuera la música de fondo de un centro comercial o de un elevador, empiezo a escuchar una canción de Maná.

-Ok... ¿Es alguna canción en particular?

-A ver, déjeme pensar... Ay, sí, ¿cómo se llamaba esa canción?... Estaba en el álbum ese que en la portada tiene a una sirena con varios brazos... ¡Hechicera!, la canción se llama Hechicera, y creo que el álbum se llamaba Sueños húmedos. O algo así. ¡Líquidos!, Sueños Líquidos se llamaba el disco.

-Quiero que pienses en las letras de la canción. ¿Qué dice?, ¿te acuerdas?

-Es una hechicera, una seductora... Y me revienta el deseo... Mmm... La verdad sólo me viene a la mente eso.

-Ok... Vamos a hacer un alto en esa imagen, en ese momento del sueño... Dime, ¿te parece más importante la carretera recta pero sinuosa, o la canción que oyes de fondo?

-Mmm... Creo que la canción.

-Ok, vamos para allá. ¿Qué emociones te despierta la canción o qué relaciones o vínculos puedes establecer con ella? ¿Recuerdas algo en particular?

-Recuerdo ser una niña y ver por la casa, o en los cuartos de mis hermanos, o de mi hermano en particular, el caset con esa portada tan rara, sexy pero al mismo tiempo muy extraña, como si fuera un sueño. Recuerdo viajes a la playa con mis hermanos y sus amigos donde yo era la única niña y ellos bebían alcohol y escuchaban ese álbum. Recuerdo que a pesar de ser tan pequeña yo entendía profundamente el hechizo bajo el que estaba el cantante. Me acuerdo que yo quería ser una hechicera, una muchacha mística como la de la portada, alguien que nadie puede entender pero que todos admiran y adoran. Recuerdo que mi hermana era para mí una hechicera. O quizás la hechicera. Recuerdo querer ser grande ya, y desesperarme mucho porque no era nada más que una niña gordita a la que nadie tomaba en serio y que no era atractiva para nada. Recuerdo que ya desde entonces quería despertar emociones y pasiones profundas, y quizás perturbadoras. Recuerdo querer poder manejar, tener mi propio grupo de amigos, sentir la libertad y la ricura de las cervezas, la libertad y la ricura de un viaje a la playa sin supervisión adulta. Recuerdo querer tener pechos y ser sensual y ser sexual y ser tocada y quizás penetrada. Aunque esto último no lo sé a ciencia cierta, quizás nomás estoy emocionada ahorita y estoy echando a andar mi imaginación, pero sí recuerdo querer ser como una diosa, como una divinidad, causar asombro y hasta idolatría, pero al mismo tiempo yo estar más allá de todas esos rasgos patéticos e inferiores de la vida humana. Yo estar como en el nirvana de la hermosura y la chidez. Aparte de esa canción recuerdo fragmentos de otras canciones de ese mismo álbum y como de emociones que me despertaban. Y además de que recuerdo los años '90 y ese caset estaba junto con otros de Molotov y Control Machete y TuPac y Shakira y Paulina Rubio y Mickey Mouse... No sé, como que en mi memoria toda la música de esa época está mezclada y yo crecí escuchando esa mezcla de música de mi hermano y de mi hermana y la mía y como que creo que todo eso forjó mi infancia y mi personalidad y

-Ximena, preciosa, vamos a tener que continuar la próxima sesión, ¿ok? Ya se nos acabó el tiempo.

-Ah... ok.

-¿Te has estado tomando las pastillas bien?

-Sí, Doctora.

-Qué bueno. ¿Cómo te has sentido?

-Bien, sólo que la de la mañana me da sueño.

-Ok... Bueno, mira, te voy a aumentar la dosis de la de la mañana, y para que no te dé mucho sueño, te voy a agregar otra pastillita para que compense y sigas teniendo energía y te sientas bien, ¿sale?

-Ok.

-Bueno. Entonces sigue así como vas, vas muy bien, y nos vemos la próxima semana con todas las novedades, ¿ok?

-Ok. Gracias, Doctora, con permiso.

-¡Bye!

lunes, 11 de enero de 2016

Ahogar las penas

Me levanté a las tres de la mañana buscando el baño. Ya me había pasado hace algunos años que tenía la vejiga llena estando dormida y empecé a soñar que iba al baño a aliviar la necesidad y en la vida real empecé a sentir un reconfortante líquido caliente que me recorría las piernas, hasta que me desperté espantada al darme cuenta que me estaba orinando en la cama, ya bien entrada en mis años veinte.

Por eso anoche que sentí el apuro de hacer pipí, preferí despertarme y hacer el esfuerzo consciente de llegar al sanitario antes de derramar siquiera una gota involuntaria de orina. Olvidé que había puesto el calentón para entibiar un poco la temperatura que el frente frío se estaba encargando de congelar. Me tropecé con él, me quemé el pie contra la parrilla ardiente, lo tumbé y me pegué la cabeza en una pared. Es que me había quedado dormida en el sofá, no en la cama. Estaba dizque leyendo. En realidad escuchaba obsesivamente, cíclicamente, dos canciones de Café Tacuba que me ponen tristísima y me facilitan llorar. La de Aviéntame y la de Una mañana.

No siempre se puede llorar. Por eso a veces me ayudo. No es fácil saber qué me va a hacer llorar. Esa noche había intentado de todo. Hasta ver porno. Es que a veces es tan terriblemente patética e imbécil la existencia humana, que las burdas posiciones y movimientos del cuerpo del animal que es el hombre y del animal que es la mujer facilitan entrar en una espiral de sinsentido y desesperación.

En el recorrido hacia el baño escuchaba latas y botellas que yo pateaba en mi ruta. Me dolía el pie quemado. Fue una corta caminata. ¿En dónde estaba? ¿Qué casa era aquella? ¿El último depa donde viví en Guadalajara?, ¿la casa de mi tía?, ¿la casa de Vallarta?, ¿el cuarto de mi infancia? Me puse borracha. Estaba tan borracha que ya no me acordaba de que estaba borracha. O sea, no es que no me acordaba, sino que estaba tan tomada que no estaba pensando en eso, sino sobreviviéndolo, y de pronto el ruidajo que mis pies producían con sus patadas erráticas era como un espejo que me mostraba en proporciones gigantescas las causas de mis males. Ojalá todo fuera así de fácil, de evidente, como descubrir la raíz de una borrachera. Mejor dicho: ojalá que fuera tan fácil descubrir la raíz emocional de una borrachera como lo es descubrir la raíz física, o química, o corporal, o como se diga, de una borrachera.

También para llorar a gusto puse a José Alfredo Jiménez. La de Que te vaya bonito. No sabía si llorar pensando en mi dolor o en el de él. Es más, ni pude llorar. Como que el guanajuatense tiene una voz demasiado bonita, demasiado varonil. Lo que sí es que se bebe tequila muy a gusto escuchando al gran poeta.

Luego, porque sabía que así no había modo de no llorar, recurrí al truco barato de poner a Mercedes Sosa. La de Alfonsina y el Mar. Jijos, cómo lloré. Nomás de imaginarme a Alfonsina vestida de mar, ahogada por cuitas amorosas. Me parte el alma, sinceramente. Me enloquece con morbo el dolor de Alfonsina y también el tierno desgarro con que Sosa canta y que me recuerda a toda la soledad y el discreto dolor que atravesé a lo largo de la adolescencia y luego la juventud y al que me enfrento ahora.

Cerca de la medianoche, con mis ojos de vaca reclinados sobre el sofá de plástico barato en el que eventualmente me quedé dormida, llorando lágrimas de vaca o de cocodrilo o de humano, mojando sin mojar aquel material que está hecho para combatir las emociones y los fluidos humanos, cerca de la medianoche decidí levantarme por un momento de aquel charco de amargura y llanto forzado pero sincero para hacer un último esfuerzo en esta amarga vida y poner a Chavela Vargas, toda su discografía, para que la herida duela más y al mismo tiempo se soporte mejor. Con un dolor dulce. O con un dulce amargo. Como postre exótico, de tierras lejanas, que al mismo tiempo seduce y envenena.

Pero ya no pude llorar. Ya para entonces estaba como cínica. Pensaba, indignada, en cómo Frida Kahlo se había convertido en un icono comercial, igual que el Che Guevara, y que esa era nada más que otra sucia treta del neoliberalismo consumista que violenta al género femenino sin que nos demos cuenta, desbaratando y haciendo botana a una personalidad de proporciones majestuosas, áureas, épicas, como el poema de Gilgamesh. Luego pensé en mis años de adolescencia pseudo revolucionaria. Luego me acordé de las veces que me dijeron que me parecía a Salma Hayek y a Anne Hathaway. Luego pensé en ese corte de cabello que tenía en cuarto de primaria, y lo fatal que se me veía entonces y lo chingón que haré que se me vea ahora. A fuerzas. A lo Frida Kahlo. ¡Porque todos me la pelan!, grité antes de quedarme dormida sollozando otro poco contra aquel sillón que resbalaba las lágrimas por todo el respaldo hasta que se encharcaban en el asiento, cerca de mis nalgas.

Yo creo que para cuando me dieron ganas de orinar se acababan de terminar las interminables canciones de la Vargas que mi papá alguna vez confundió por Vergas, en presencia de algunas hermanas de su mujer, mi madre, en la capital jalisciense. Me sorprendió haber aguantado tantas horas sin tener que ir al baño, porque desde que estaba embarazada tenía que ir a cada ratito. Aunque de mi orinadera y de mi embarazo nadie habría de enterarse nunca. Porque "uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas".