miércoles, 6 de mayo de 2015

La Optimismología

Por todos lados puede uno encontrar mensajes de felicidad y optimismo, estos días. Páginas de Internet dedicadas exclusivamente a orientar hacia el éxito y la paz mental a todos aquellos interesados. Tuiteros que sueltan dosis de éxtasis y sublimación en mínimas dosis. Cuentas de Facebook que constantemente comparten videos, imágenes, audios y textos de cómo ser mejor, de cómo llenarse de dicha. Librerías con estantes llenos de títulos de superación personal. Algunos más profundos, otros más superficiales, pero los autores y las mentes detrás de estas ideas son más que populares: Dalai Lama, Osho, Paulo Coelho, Gaby Vargas, César Lozano, Deepak Chopra, Eckhart Tolle, Jorge Bucay, Miguel Ruiz... No hay fin: la lista parece interminable.

¿Y saben qué? Ya me tienen cansada. Entiendo. De verdad, entiendo. Uno escoge el camino, los pensamientos, las emociones, las reacciones, las decisiones. Uno es dueño de la felicidad, de la vida propia. ¿Pero saben qué también entiendo? Que a pesar de tener la información y la voluntad y el deseo y la disciplina, la vida es dura. Y a mí lo que me interesa no es que me sigan llenando con los mismos datos de siempre: "estar en el presente te vuelve más despierto", "meditar te desarrolla la compasión", "la gratitud es vivificante y la queja es extenuante". A mí lo que de verdad me interesa es escuchar la experiencia de mi prójimo. ¿Cómo es tu vida, sinceramente?

Porque permítanme decirles: yo tengo claro cuáles son mis sueños y mis deseos (ser una autora reconocida, ser mamá, viajar por el mundo, dar clases a adolescentes e impactar en su vida), de por sí tengo bastante paciencia, soy naturalmente proclive a la empatía, y aún así voy escalando una montaña empinada. Todos los días es un esfuerzo por perseguir mi bienestar. Y me sigo topando con que todas las mañanas me miro las nalgas en el espejo y las encuentro imperfectas. Me encuentro con que de vez en vez siento unas ganas irreprimibles de gritar hasta que me duela la garganta. Me visita la sensación de que soy pésima en mi vicio de escribir e incluso en el de leer. Me doy de bruces con la realidad de cada mañana, cuando el despertador  suena a las seis y no me quiero levantar de la cama.

"Dime qué presumes y te diré de qué careces", es un refrán mexicano de honda sabiduría. Y no hay nada más exacto para comprender esta corriente actual: en un mundo sin empleos, acelerado, contaminado y con especies extintas todos los días, aislados y extenuados, nuestro mayor, nuestro único -quizás- anhelo es ser feliz, reconciliarnos con la vida. Pero yo no estoy peleada. Más bien me parece que la veo como es: tan bella como desfigurada; tan brillante como oscura; tan espléndida como ruin. Hace muchos años escribí un poema en el que decía que el amor es una casa sin techo: se nos meten tanto las estrellas como la lluvia. Así es vivir: dicha y desdicha. ¿Será que estamos tan expuestos a la tempestad que necesitamos ser recordados constantemente del Sol? No perdamos de vista que demasiada exposición al rey astro causa quemaduras.

lunes, 4 de mayo de 2015

Sobre la vulnerabilidad

Durante el fin de semana platicaba con un par de amigos acerca del matrimonio y el miedo a éste. Y les hablé del espacio necesario para mandar temporal e insignificantemente al carajo a tu pareja (espacio personal, le llaman). Les hablé también de la tierna amistad que uno siente hacia el ser amado con el paso del tiempo: porque comprendemos sus dolores, sus carencias, su imperfección. Les quise hablar del poema de Gibrán Jalil Gibrán que dice que el amor es la luz del sol en las hojas más altas de nuestro árbol existencial y también los fuertes terremotos que sacuden nuestras raíces. Y de lo que definitivamente no les hablé y me parece lo más importante y por eso vengo aquí a hilar palabras, es acerca de la vulnerabilidad.

La Real Academia Española de la Lengua declara que vulnerabilidad es la "cualidad de vulnerable", y que vulnerable es "que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente". No mencionan nada acerca de las heridas y las lesiones emocionales, psicológicas y espirituales, pero existen. Supongo que las tratan de englobar en lo moral. Efectivamente: ingreso de nueva cuenta a su dirección electrónica y especifica que moralmente es un adverbio y lo define como "según las facultades del espíritu, por contraposición a físicamente" (en cursivas en el original) o "según el juicio general y el común sentir de los hombres" (el subrayado es mío). Entonces ya queda claro: ser vulnerable es estar expuesto a ser lastimado carnal o anímicamente.

Todos detestamos el dolor. Es un hecho: incluso la gente que aparentemente disfruta haciéndose daño, en realidad está tratando de aminorar otra pena que le parece mayor. Quienes se cortan la piel, obtienen de ello un beneficio o un placer que les hace falta en otra esfera de su vida. Quienes usan drogas, por lo general están tratando de escapar de una realidad que perciben como mortífera. Así pues, de algún modo más o menos provechoso o exitoso que otro, todos vamos en búsqueda del bienestar.

Ahora bien, uno de los sinónimos del amor es dolor. Amor = dolor. Así de claro. Como ecuación matemática, aunque no tan invariable como una ley natural. En ocasiones el amor es éxtasis. Amor = éxtasis. Esto también es cierto. Son igualmente verdaderas ambas fórmulas. Pero nos inclinamos sólo hacia una, hacia la última: el enamoramiento, la infatuación,  el enculamiento, los primeros tres meses, la pasión, el sexo, los orgasmos... Pero esto es sólo una parte (no me atrevería a afirmar siquiera que es la mitad). También hay desesperación, angustia, frustración, tristeza, aburrimiento, hartazgo, resentimiento, enojo, resignación...

Más aún: ese dolor que es sinónimo del amor no proviene necesaria o exclusivamente de la convivencia o la interacción con el otro. No, señor. En gran medida (¿me atreveré a decir que la mayoría de las veces?) encuentra su fuente dentro de nosotros, en un mecanismo que opera independientemente de nuestro cónyuge o nuestro concubino o nuestro prójimo cualquiera. Las cosas nos duelen y la vida se presenta como sufrimiento simple y sencillamente porque estamos vivos, porque somos humanos. Nada tiene que ver una infancia traumática, una nariz fea, un intelecto inferior o una enfermedad crónica degenerativa. Todos sufrimos, ya lo dijo Buda hace cinco siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret. La existencia encarna e implica contradicciones, confusión, indecisión, errores, olvidos, ausencias, cambios, abandonos, carencias... Y de ahí nos viene sufrir. Existo, luego sufro, debió decir Descartes.

Nos duele creer que somos buenos y nos merecemos a alguien mejor que a quien escogimos en un momento de estupidez (¿sólo buenos?, ¿qué quiere decir eso de "merecer"?, ¿no será que la "estupidez" es en realidad la intuición o el corazón transformado en algo negativo en momentos en que nos juzgamos con una inmisericorde cerebralidad?). Nos duele creer que somos malos y la persona con la que estamos se merece a alguien mejor. Nos duele pensar que somos reemplazables, dispensables (y de ahí los celos). Nos duele sentir que alguien nos ordena o nos manda. Nos duele sentirnos esclavizados. Nos duele sentirnos abandonados. Nos duele sentirnos abusados. Nos duele el miedo de que nos duela. Y queremos huir del dolor.

Entonces levantamos murallas, nos distanciamos kilómetros y establecemos el silencio como premisa para la diplomacia y la política exterior. Nos refugiamos en un sitio donde creemos que estamos seguros. Nos retiramos hacia el interior. Nos convencemos de que estamos en lo correcto y el otro en un error. Hacemos una ceremonia de casamiento con nuestra percepción, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestro miedo. Por eso da tan inconmensurable terror casarse: porque en vez de casarte contigo mismo y tu modo de ver y pensar y creer y vivir y hablar, te estás casando con otro ser humano que no eres tú: te estás comprometiendo a un proyecto a largo plazo con alguien que no eres tú y no ve y no piensa y no cree y no vive y no habla del mismo modo que tú. Decimos "sí" a un proyecto que implica estar lleno de confianza y comunicación y perdón y respeto y humildad y fe y valor e incertidumbre. El matrimonio es, indudablemente, para valientes. Para valientes y para aquellos hartos de estar en relación estable con el miedo al dolor.

¿Y por qué alguien habría de hartarse de algo tan cómodo, tan cauteloso, tan suyo? Gran sorpresa. Porque el miedo al dolor duele. Duele creer que alguien es más inteligente o atractivo o simpático que yo, y por tanto me va a separar de ti. Duele querer dormir acompañado y sin embargo ser víctima de una voz que dice "si pides compañía o si declaras tus emociones, saldrás lastimado". Duele querer compartir la vida y estar enterrado, solo, bajo una tonelada de miedo al dolor.

Y ya que estamos, la vulnerabilidad se requiere no sólo para el amor. Se requiere para todo. Porque todo lo que hagamos en la vida puede lastimarnos física o moralmente: manejar, meternos a la regadera, tener sexo, leer, comer tacos, subir escaleras, emprender un proyecto, hacer un viaje, ponernos de novios, bailar. Para vivir la vida hay que estar dispuestos a sufrir heridas. También para amar, también para el matrimonio. Las cicatrices son propias de los supervivientes. Y quienes no se exponen a los riesgos de la vida, no desarrollan el sistema inmunológico: no tienen defensas para sobrevivir. Quienes no aman con el pecho abierto son más susceptibles de caer fulminados. Y un corazón intrépido es un músculo fuerte. En pocas palabras: lo que no te mata te hace más fuerte. Amen, pues, como antídoto contra la muerte. No se casen si no creen en la institución o no tienen dinero o parece que no es lo suyo. Pero si la razón es miedo al dolor y por tanto miedo al amor, no sólo están perdiendo el tiempo: están perdiendo la vida.    

sábado, 2 de mayo de 2015

Sobre la vocación

Desde que tengo uso de la razón he dicho que quiero ser escritora y profesora. Además de estas ocupaciones, en diferentes momentos de mi vida he agregado otras. Recuerdo que en algún momento formaba parte de la lista ser periodista (que salió tan pronto experimenté el oficio de reportera), y en algún otro, más cercano al día de hoy, se coló el de diseñadora de accesorios (incluso me compré un libro de cientos de páginas, lleno de fotografías de joyas hechas por diseñadores sobresalientes de todo el mundo).

Al primero que muestre interés o disposición para escuchar le cuento que tan pronto aprendí a leer y escribir, a los seis años, empecé a crear poemas que dejaba en cuadernos, en cartas, en servilletas, en diarios abandonados y en hojas blancas que, con atino y ternura, mi madre decidió conservar. Y también les cuento que apenas cumplí la mayoría de edad dio por iniciada mi carrera como profesora, para adolescentes en comunidades marginadas, para poetas aficionados, para seminaristas y futuros sacerdotes, para adolescentes adinerados...

Hoy estaba platicando con una mujer joven (40, 45 años) que se dedica a limpiar casas, y me decía con toda tranquilidad que tiene dos hijos, de 21 y 17, y que ahora se está encargando de otros dos niños, de cuatro y dos años, puesto que la vida así lo dispuso. La madre de las criaturas es sobrina de su marido, tiene 21 años y los dos hombres que la hicieron madre están encarcelados, uno en Jalisco, otro en Colima. Esta joven, por su cuenta, ha encontrado a un nuevo Romeo (con altas probabilidades de terminar pronto en la cárcel, según dictan los antecedentes) y hace cinco meses dejó a su descendencia con esta mujer con la que hablé, sin pedírselo, sin disculparse, sin enviar dinero para el sustento de los menores. Y ella lo cuenta con toda tranquilidad. Mima y regaña a los niños como si fueran suyos; pide ayuda a familiares cuando hay gastos extras o cuando le hace falta tiempo para cuidarlos. Y los días transcurren. Me dice que estaba acostumbrada a estar sola con su marido pero que, frente a la doble demanda que tiene la sobrina de su esposo ante el DIF, ellos esperan poder obtener la custodia.

Ayer hablaba con un albañil sobre su carrera en ese oficio y, en realidad, sobre un poco de todo. Es oaxaqueño y el triqui es su lengua materna. Vino a Puerto Vallarta a estudiar la preparatoria y durante el primer año conoció a una muchacha de la que se enamoró y desertó de los estudios. A los 17 años comprometió su vida a su novia y con ella tiene ahora dos hijas. Su suegro suele ser su jefe en la obra. Cuando le pregunté qué parte de la construcción era la que más disfrutaba, me respondió que ninguna. Que si por él fuera se dedicaría a otra cosa, y que trabaja en la albañilería únicamente por necesidad. "Hay gente que sueña con ser licenciado, o maestro... Pero yo nunca tuve eso", me explica.

Y ahora estoy pensativa. ¿Qué es eso de la vocación? ¿Cuándo surgió el concepto? ¿Ha habido siempre sujetos que tienen un intenso y claro deseo sobre qué ser/hacer en la vida? ¿O han sido oficios heredados? ¿O han sido talentos inherentes, indiferentes a los deseos de sus portadores? Me pongo a recordar, y casi todas las personas que conozco nacidas a partir de los años '40 se desempeñan en un área porque: 1. sus padres así les enseñaron o les pidieron o les ordenaron; 2. era la única opción o la mejor de entre las que se les presentaban; 3. porque era lo que los demás estaban haciendo o era lo más prestigioso en el momento; 4. por razones de sexo. Es decir: necesitaban dinero para vivir y se avinieron a lo que la vida les presentó. Una actitud a lo Forrest Gump. Pero conozco pocos adultos de la tercera edad o próximos a ésta que hayan realmente soñado o deseado con la actividad a la que comprometieron muchos años de su vida. Incluso algunos escritores con los que he dialogado me han comentado que se han dedicado a la literatura a regañadientes.

Sin embargo, una de las máximas que circulan hoy en día como ingrediente para la felicidad es "haz lo que te apasiona", "sigue tus sueños", "decídete por lo que te haga feliz". ¿Y la gente que no tiene sueños portentosos, o que éstos no se vinculen a lo laboral? ¿O las personas que no se sientan exaltadas o poseídas por una intención o una actividad? ¿Y los indecisos? ¿Y los megalómanos? ¿Y los creativos e inventores sin disciplina o método?

Intuyo que esta moderna propaganda alrededor de la felicidad y la consecución de las ilusiones nace de la realidad de que ya no hay estabilidad laboral, jubilación o salario suficiente para una vida digna. Así pues, si estudiar farmacobiología, ser dentista o secretaria de un contador no te da para vivir con decoro y además te desagrada, pues no pierdas el tiempo: mejor aventúrate en algo que quizás tampoco te vaya a proveer una existencia de comodidades y lujos, pero por lo menos te entusiasmará y con éste ímpetu puedes lograr más que con la gris apatía de la rutina y la cotidianidad.

Hace relativamente poco leía el tuit de una chica que decía algo así como "no se vayan con la idea de que una vida sin grandes sueños es una vida mediocre" y sonreí en complicidad, porque hace algunos años yo tuve la misma idea, que probablemente quedó consignada en el diario en turno. Fui al cine a ver una película española cuya historia era la de un joven arquitecto que conducía una bici y amaba profunda y sinceramente a su novia, una cajera de supermercado sin mayores aspiraciones en la vida. La madre del chico le reprochaba la decisión de permanecer con ella, una cualquiera, siendo que él tenía un futuro tan brillante como artista. Recuerdo haber llorado al salir de la sala, porque el amor entre los jóvenes era muy auténtico y al final, un día cualquiera, al protagonista lo atropellan mientras maneja su bicicleta.

¿Qué pasa con quiénes sólo tienen interés en ser, en estar? ¿Sin adjetivos calificativos, verbos de acción u objetos directos? Confieso que incluso yo, con frecuencia, me siento con voluntad únicamente para leer y escribir acostada o sentada en mi cama. Y no con fines de perseguir una carrera como autora exitosa, sino por el puro placer de la lectura y la pura necesidad expresiva. Nada de tener un trabajo con horarios u obligaciones o legado. Nada de planear clases, revisar exámenes o callar estudiantes. Ningún mandado o excursión a la calle. ¿Habrá vocación para ser humano?