viernes, 23 de mayo de 2014

De etiquetas y sueños

Estoy estudiando un curso de budismo llamado “Eliminar el autoengaño, despertar la compasión”, en la página electrónica www.facebuda.org Cada semana hay un tema nuevo para que los alumnos escuchemos, reflexionemos y aprendamos. Me está resultando muy valioso en la vida, porque me permite ver mi vida cotidiana desde una perspectiva más compasiva, más elevada, más amorosa. Me ayuda a quererme más a mí misma y a los demás, a todos los demás. 
La semana pasada el tema de estudio fue la identidad fabricada a través de las etiquetas. Me pareció especialmente impactante, quizás porque el interés que tengo por la literatura y el lenguaje ha contribuido a hacer de mí una persona que goza particularmente de las palabras y lo que éstas comunican. Dicho en cristiano: tengo una gran tendencia a etiquetarme a mí y prácticamente a quien se me cruce por el frente (de hecho, una de las etiquetas me asigno es la de prejuiciosa).
La religiosa que es guía y profesora en el curso, y que cada semana comparte una plática en un video de una hora de duración acerca del tema en turno, nos compartía la falsedad o la superficialidad de las etiquetas. Nos explicaba, por ejemplo, que aquello que forma nuestra identidad son adjetivos calificativos que, repetidos, terminamos por creerlos a pies juntillas. Muchos de ellos nos los dieron en casa, otros en la escuela, en el trabajo, en las relaciones amorosas y de amistad, y muchos otros, nos los autoasignamos.
Yo, por ejemplo, sufro con la etiqueta de indisciplinada. La traje a mi vida cuando me di cuenta que me costaba mucho trabajo sentarme todos los días a escribir literatura, algo que me apasiona y a lo que eventualmente me gustaría dedicarle mucho tiempo y energía. También empecé a pensar que era indisciplinada cuando me daba flojera levantarme por las mañanas para salir a hacer ejercicio. Entonces dije: soy indisciplinada. Ahora me aterra cada vez que voy a empezar un proyecto porque seguramente va a fracasar porque no tengo la disciplina requerida para llevarlo a buen puerto o para mantenerlo a flote.
Otro ejemplo. Durante casi toda mi vida he cargado la etiqueta de víctima. Dicho en otras palabras: de que soy insuficiente (para lo que sea), de que no merezco cosas buenas, de que me van a dejar por otra chica, de que van a despedirme porque no soy  capaz, de que soy impotente (un ser sin poder, así, en general, y eso que en el zodiaco soy Leo y en el horóscopo chino soy Dragón). Y eso a su vez me ha dado la inseguridad requerida para ser celosa, pusilánime, depresiva…
Lo que dice la monja budista Venerable Damcho, mi profesora, es que del mismo modo en que arbitrariamente nos enjaretamos ciertas etiquetas o adjetivos, libremente podemos asignarnos otras que nos sirvan más, que nos hagan sentir mejor, que sean más benéficas, que nos redunden en un bien. Es decir, a través de nuestra imaginación podemos crear quiénes somos, y eso hace que nuestra respuesta al entorno cambie. Un ejemplo burdo: si estoy en el medio del tráfico y empiezo a inquietarme, pienso “soy paciente” y eso me ayuda a adoptar una mejor actitud.

Tengo un tatuaje en el antebrazo izquierdo que dice “La vida es sueño”, título de la famosa obra de teatro de Calderón de la Barca y motivo de reflexión para muchos filósofos, artistas e intelectuales (uno de ellos Borges, a quien recientemente leí en un cuento del libro El Aleph declarar que los verbos vivir y soñar son estrictamente sinónimos). Pues bien, precisamente me lo tatué como recordatorio de esto: de que todas las creencias rígidas que tenemos de la vida y de nosotros mismos no son más que una ilusión, un juego mental. Y a pesar de habérmelo escrito permanentemente sobre mi piel, me resulta difícil recordarlo. Pero haber escuchado a esta líder espiritual neoyorquina hablar sobre la posibilidad de cambiar nuestra percepción de nosotros mismos y por lo tanto, nuestras acciones, a través del cambio de etiquetas por unas mejores, más sabias y más reconfortantes, me dio mucho alivio y mucha esperanza. Y quise compartirlo con ustedes.