lunes, 23 de mayo de 2011

Adiós

Ojalá que la poesía
se me haga polvo en la garganta
que mi voz se vuelva arena
y las palabras mueran en mis dedos,
incoloras y mudas.

Ojalá que el sol me acoja
en esta nueva travesía que emprendo
tras dejar abandonada
esa brújula que me ha helado las venas.

Ojalá que me pierda en mares y desiertos,
que en todos ellos conozca nueva gente
y reconozca mi rostro,
el del espejo y el de los sueños.

Ojalá que la aridez de un mundo sin arte
no se trague este ingenuo plan
que consiste en abandonar todos los planes.

Alguna vez leí que la libertad sólo se consigue
decepcionando a todos los que de ti algo esperan.
Hoy conquisto la más ardua y remota de las libertades.
Hoy me decepciono a mí misma.
Hoy abandono la literatura como proyecto de vida.

lunes, 16 de mayo de 2011

Vida: gracias; te debo un golpe.

Yo tenía más o menos tres meses de haber nacido cuando pasó esto que voy a contar, y que determinó mi estancia en este mundo bonito pero cochambroso. Soy la hermana más pequeña de una mujer que me lleva diez años y de un hombre que es siete años mayor que yo. Pues bien, cuando yo tenía tres meses de haber nacido mi hermana no era una mujer y mi hermano no era un hombre. Éramos niños. Bueno, ellos eran niños: yo era una bebé. Y así, pequeños e ignorantes, descuidados, acometimos la aventura: mi hermana (quien, ya lo he dicho, tenía diez años) se dio a la tarea de bajar las escaleras de la casa paterna, de dos plantas, en patines. Bueno, de hecho, el recuerdo (ni el de mi hermana ni el de ningún otro miembro de la familia) es impreciso: no se sabe si bajaba con patines o con huaraches. Así que bajo los pies llevaba la ligereza de unas chanclas o de unas ruedas y sobre las manos el cuerpecito de su hermana recién nacida. ¿Qué más se podía desear, que llevar en las extremidades la felicidad total? Se podía desear ser prudente, o se podía desear que las cosas salieran bien. Pero ya sabemos lo que la vida hace con nuestros deseos.

La escalera de la casa de nuestros padres consta de dieciocho escalones (de pequeña me obsesionaban, no recuerdo por qué. Ahora he perdido el interés en ellas) y no sé en cuál de ellos ocurrió el accidente. Me gusta mucho la información (quizás por eso estudié Ciencias de la Comunicación) y me desespera un tanto no saber la ubicación exacta en que mi vida tomó cierto rumbo. Me conformo con saber que fue en las escaleras, en 1988, en los brazos de mi hermana. O siendo escupida por éstos.

M. (he decidido ser más discreta en este blog, así que omitiré el nombre de la primogénita en mi familia) se resbaló y soltó lo que entonces era mi cuerpecito (qué curioso, cómo en ocasiones se contraponen el instinto de supervivencia y el supuesto instinto maternal que supuestamente todas las mujeres tenemos) para poder aferrarse al barandal y no lastimarse. No se sabe con precisión tampoco si cayó o logró sostenerse. El caso es que no se lastimó y eso me alegra mucho (la vida se ha encargado de herirla, con el paso de los años, y yo lo lamento mucho. Es quizás hora de que sepan, lectores, que fue también en los brazos de mi hermana cuando reconocí por primera vez el amor. Estábamos en la cama que compartíamos, ella sentada con las piernas cruzadas y yo con mi cabeza recostada sobre ellas: ella me acariciaba el cabello y yo -tenía alrededor de 11 años-, sin saber exactamente cómo o por qué, tuve una especie de epifanía y pensé: esto es amor). Yo, en cambio, salí volando y mi pequeña cabeza se impactó contra uno de los escalones. En la orilla de uno de los escalones. Lo sé porque este golpe determinó la fisionomía de mi cráneo y, aunque no es visible, al tacto se puede saber el lugar donde mi cuerpo aterrizó aquel día fatídico. Del lado derecho de la frente llevo oculta bajo la piel una pequeña hendidura en la que mis dedos de la mano derecha caben perfectamente, para recorrer su longitud con las yemas.

El "alma", aquella cosa intangible, indefinible, pero que parece ser el motor de nuestras vidas, el aliento que le da vitalidad al cuerpo, aquello que nos hace individuos con personalidad, es un tema que ha sido estudiado en todo el mundo, en toda época, y grandes pensadores, como Ciorán y Michel de Montaigne, han concluido que "no era posible llegar al conocimiento del alma por la profundidad de su esencia". No obstante, el cerebro y su composición, sus reglas internas, sus conexiones nerviosas y neuronales juegan un papel imprescindible en la composición de la psique y la personalidad de cada persona.

Pues bien, según el Breve Diccionario Clínico del Alma, escrito por Jesús Ramírez-Bermúdez (de este libro haré una reseña próximamente), el hemisferio derecho del cerebro está "más relacionado con el procesamiento de emociones negativas como el miedo, la tristeza y la ira, y el izquierdo, asociado con la generación de emociones placenteras". El área donde yo recibí el golpe se llama lóbulo frontal.

Yo había creído siempre, antes de leer este libro (revelador, por decir lo menos), que yo era una chica optimista. Y ya. Ahora estoy aferrada a la idea de que aquel temprano golpe en mi vida me moldeó el cerebro y por lo tanto el carácter. Mi hemisferio derecho ha visto sus labores inhibidas, y lo que debería provocarme enojo o estrés, se ve automáticamente convertido en risa, en relajación. "El giro del cíngulo y el lóbulo frontal, en el hemisferio derecho, al parecer procesan sentimientos negativos como el miedo y la tristeza, mientras que la alegría es procesada mayormente por el hemisferio izquierdo".

En el libro que anteriormente menciono se comenta el caso de Adriana, una muchacha que desarrolló un tumor ahí donde yo tengo un pequeñito abismo en el cráneo, y progresivamente comenzó a perder la capacidad de desarrollarse socialmente, pues la alegría se le había convertido en una patología al verse deformado el cerebro bajo la presión del tumor. Cuando le informaron de su enfermedad, Adriana sonrió y dijo "qué bien, ya no me sentiré sola: hay un temor que me acompaña siempre". El tumor fue extraído y Adriana volvió a la "normalidad": procesaba la vida con la ordinariedad de costumbre: nada había demasiado chistoso, agradable. Así, su cerebro estuvo sano pero la alegría que le había ayudado a superar una etapa difícil en su vida había desaparecido.

¿Debo agradecer no tener un tumor, sólo un golpe que quizá me haya condicionado? Si la estructura de mi cerebro cambió gracias a aquel impacto, y me ha hecho más propensa a lo largo de la vida a llevar una existencia ligera, risueña y optimista, no me resta más que agradecer la "desatinada" decisión de mi hermana de haber usado un calzado poco apropiado para transportar bebés. Me parece que estuve en coma durante algunas horas, por la fuerza del choque de mi cabecita contra el filo del escalón. Mis padres estaban en el cine, y por entonces no había celulares, así que sólo tras terminar de disfrutar de la función se enteraron que su última hija estaba en riesgo. Quién iba a decir que aquel episodio tan desafortunado nos iba a traer con el paso de los años a todos, pero principalmente a mí, un ambiente de risas y alegría.

Pero puede ser, también, que todo esto sea mentira. Que mi cerebro funcione sanamente y que la razón de mi tranquilidad sea el hecho de que recuerdo, constantemente, que soy mortal. Sea lo que sea, me ha ganado a lo largo de mis pocos años de vida adjetivos como "valina", "mediocre", "valemadrista" y la dedicación, en la preparatoria, de la canción de Maná (¿o es un cover?) que dice "Me vale, vale, vale, me vale todo".

¿Cómo no me va a valer todo, si a los tres meses de nacida me embarré contra un escalón y sobreviví, alegremente además? Recuerdo, aunque no se adecuen a mi situación, los bellos versos de mi paisano Amado Nervo: ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Ahora, en paz, me voy, a disfrutar de mi hora favorita del día mientras camino rumbo a mi clase de Ensayo literario.

lunes, 9 de mayo de 2011

Fart! FaRt!! FART!!!

Al nombre se le puede catalogar como curioso, llamativo, provocativo o irreverente. Chistoso y atractivo, en el mejor de los casos. Y es que esta palabra inglesa que coloquialmente hace referencia a los pedos (no a los problemas, sino a los gases que nuestros intestinos acumulan y posteriormente expulsan: los "puns") es el nombre del Festín del Arte Contemporáneo.

Este festival está por comenzar su segunda edición, ahora con el apoyo de una beca de CONACULTA y del CECA (Consejo Estatal de Cultura y Arte del Estado de Jalisco). Comenzó como un proyecto de clase del ITESO compartido entre mi amigo Ángel y nuestra amiga mutua Beth. La idea nació, creció y ahora verá la luz por segunda vez, con una pequeñita colaboración mía en el área de organización.

La inauguración (con brindis GRATUITO incluido) será este miércoles 11 a las 19:30 horas en Casa ITESO Clavigero (Guadalajara, Jalisco), con la conferencia "Sociedad, materia prima del arte", donde participarán Yoshua Okón (un artista del DF reconocido a escala internacional, que además es muy guapo...), Alejandro Fournier y Raúl Rebolledo.

Las conferencias continuarán durante jueves y viernes de esta semana y el martes, miércoles y jueves de la próxima. La programación completa dando clic aquí. En Twitter estamos como @festindelarte y en Facebook como FART, Festín del Arte Contemporáneo.

Para iniciarse en aquel rollo medio ambiguo e ignorado del Arte Contemporáneo, vénganse a dar una zambullida a este festín (nombre por demás delicioso: es un "festejo", un "banquete espléndido", según la RAE).

Si quieren tener más noticias, nos podrán seguir los días que dura el festival en la radio RMX, en el programa El Engrane con Pablo González, a las 12 del día hora del centro del país. Nos pueden escuchar en: www.rmx.com.mx Es más, hasta me van a poder ver en video, pero eso sí, no sé cómo se le hace en la página. De cualquier modo el Twitter del conductor y vía de comunicación directa es @pavlog

Bueno, anímense a inFARTarse y conocer un poco más de esa cosa tan rara y fascinante que es el Arte Contemporáneo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Cuando más lejos estamos

Para Jesús Ramírez-Bermúdez

"Nadie se preocupaba de mirar al sol que caía envuelto en llamaradas naranjas detrás de los montes azules"
Elena Garro

El día 26 de mayo decidí teñirme el cabello de rosa y hacerme un tatuaje en la pierna izquierda, cerca del tobillo. Mis rizos se deshicieron en mechones ásperos convertidos en rubios y posteriormente en un tono parecido a los algodones de azúcar; mi pierna ahora luce una imagen cuyo sentido se ha desdibujado al paso de los días del mismo modo en que los colores expuestos al sol van transformándose en blanco, o en nada. Pero fui feliz con la decisión y lo sigo siendo. Tuve arrojo; fue un lapso de impulsividad. Idiota, tal vez, pero muy mío. Nadie entendió (o hizo el esfuerzo por entender), a muchos les espantó y a otros, pocos, les gustó el cambio, o más que el cambio la decisión de haber transformado mi cuerpo de aquel modo.

Poco después, un día de junio o julio me sorprendió en el departamento que mi novio de entonces compartía con unos amigos. Por entonces llevaba el pelo morado, y tenía 21 años y llovía. Mi novio estaba ocupado y fui al cuarto de uno de los roomies, y contemplé junto con él la tormenta eléctrica. "Me gustan mucho los relámpagos", le dije. "A mí también". "¿Por qué será que nos gustan?", pregunté. "Quizá porque nosotros también somos breves e intensos". Ese día me sentía muy sola, y trataba, como siempre, de ocultar bajo la mirada y la sonrisa una tristeza que acumulaba desde hacía mucho, pero a pesar de todo experimenté felicidad. Sabiendo que ese día no volvería nunca, que tal vez jamás volvería a teñir mi cabello y que ciertamente no se repetiría la experiencia de tener 21 años. Supe que ese día, ese pedacito de vivencia, era un tesoro empolvado, como lo son todas las cosas bajo la mirada ingrata y despistada que les propinamos en los días cotidianos, que son casi todos.

Poco falta para cumplir el primer aniversario de lo que aquí relato. Y saco por conclusión que ser feliz es una decisión que nos atrevemos a tomar cuando más lejos estamos de ella: estando solos (como en realidad siempre estamos, aislados a causa de la imposibilidad de comunicar aquello que es lo verdaderamente más nuestro, más nosotros), con una cabellera artificial que te propina la mirada curiosa y despectiva de todos, contemplando una tormenta estival desde una ventana a la que no volverás a asomar el rostro, compartiendo el momento con alguien que es prescindible en tu vida pero que valoras como necesario pues no hay nadie más en ese momento, en ese lugar contigo: esa es la realidad, y no los sueños que alguna vez te hiciste sobre ver llover acompañada. Fui feliz porque tenía todo en contra para serlo y así, en un acto de inconformidad e insumisión, busqué, con uñas y dientes, las razones y las sensaciones para querer seguir viva, para ganarle una batalla más a la nostalgia, al sinsentido, al abandono, al autoreproche.

martes, 3 de mayo de 2011

Ahora sí: voy a mandar a la mierda...

A esa estúpida serie que alguna vez tuve la mala idea de llevar a cabo: la de los himnos de los noventa. No me gustaba y cada vez que escribía un post nuevo sentía el inmenso peso de la ignorancia y del disgusto caerme encima. La verdad es esta: no sé casi nada sobre música y tampoco sé lo suficiente sobre los movimientos sociales de Estados Unidos respecto a juventud y rock. Ya. Ahí está. Lo dije. No me apetece seguir escribiendo sobre eso. Y quizás si este fuera un blog respetable (o con una autora respetable) yo podría forzarme a seguir escribiendo sobre lo mismo, para respetar ese supuesto compromiso que tal vez yo debería tener hacia mis lectores. Pero la verdad es que quien esto lee sabe que no se puede esperar ni disciplina ni profundad ni constancia (tal vez ni calidad) de esta bitácora medio oxidada.

De lo que voy a hablar aquí y ahora es de las canciones que hablan del amor. Ya sé: otra vez de música. Pero esta vez no pretendo (las pretensiones suelen ser un error) que ustedes aprendan nada, ni siquiera haré investigación, como las veces pasadas. Creo, es más, que esto es otro post catártico. Otro más.

Como decía: las canciones de amor. Me tienen harta. Siempre hablan de lo mismo, desde hace siglos y esto es literal (bueno, aunque hace siglos tal vez no tenían guitarritas, pero los juglares, en sus poemas, ya incluían temas de desazón amorosa o de enamoramiento febril). Que si te extraño, que no me enseñaste a vivir sin ti, que si te va a cargar la chingada porque soy lo mejor que te pudo haber pasado, que si ojalá que te vaya bien mal para que vuelvas conmigo.

Pueden tener letras de resentimiento, de profundo anhelo, de sincera confesión, pero siempre son discursos dedicados, pensando en alguien, esperando que esa persona lo escuche y quizá entienda, quizá nos recuerde, quizá reconsidere la decisión.

Ya lo han dicho antes: parece ser que sólo se puede hablar del amor, de la muerte y de las moscas. Grandes cantantes como Agustín Lara, José Alfredo Jiménez o pésimos como Thalía, Gloria Trevi y OV7 comparten esta fijación de repetirle, en una canción y en otra, en un disco después del anterior, a "esa persona", ese "tú" tan cómodo, porque podemos ser cualquiera, que cómo vivo sin ti. ¡¿Cómo que cómo, si llevaste una vida antes de conocerlo a él o a ella?!

En fin, lo que intento decir es que no me gusta el tono sufrido ni la perorata declarada. ¿Por qué no mejor una canción de introspección, de tus aventuras con tus compas, de las cosas que nos gustan un chingo aunque estemos solos o mal acompañados? ¡Es más! ¿Por qué no una canción repetida hasta el infinito sobre la infinitud de problemas que representa tener una relación de pareja? Así al menos estaríamos advertidos, y no enmielados en una fantasía trillada y hueca.

Por eso, me gustan mucho las siguientes canciones, por frescas y originales, en el tema o en el tratamiento del cansino (¿o cansado?) tema del "amor":

Todo se transforma, de Jorge Drexler. Simplemente, porque dice la verdad: el amor se recicla, pero también la indiferencia, el odio.

Stinkfist, de Tool. Habla de un problema de vacío existencial que luego le exigimos a la pareja que solucione.

No hay nadie como tú, de Calle 13. Porque la neta está bien bonita y simpática y aunque no estemos enamorados deberíamos de darnos cuenta de que, efectivamente, no hay nadie como nadie. Estaría bien chido tener la posibilidad, la sensibilidad, de encontrar la belleza y la excepcionalidad en cada uno.

Y ya. Fin de este blog catártico en que me he reapropiado de mi propio blog, sustraído de mi poder por una mala decisión mía.