sábado, 19 de junio de 2010

Mario Benedetti nos mintió

Tengo noticias de que algún famoso poeta escribió estos versos.

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
mo sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

Me han informado, también, que este famoso poeta ha fallecido ya. Es una verdadera lástima, por supuesto, que ya no haya tenido yo la oportunidad de decirle lo que tengo que decirle a la cara. O mandárselo, cuando menos, en una cartita que él pueda leer cuando lo crea más conveniente. Ahora tendré que escribir este texto con la esperanza de que su fantasma se vea inmantado hacia estas letras que hablan de una creación suya. Y si esto no funciona, me veré en la necesidad de esperar mi propia muerte y buscarlo en esa patria de la que todos tenemos referencias pero nadie detalles.

Quiero decirle a este famoso poeta, en fin, que la ilusión y el amor que reina en sus textos son dolorosos como lo es una promesa rota. Y quien se acercó al amor y creyó conocerlo a través de sus textos, no tiene otra opción más que sufrir la dolorosa decepción de una realidad sinuosa e inaprehensible en la que estamos eternamente lejos del otro y constantemente luchando por aferrarnos a nosotros mismos.

No hay ningún tiempo que sea suficiente para mirar y aprender a quien amamos. No hay ojos nuestros que no sucumban ante la imagen de lo bello, y es ésta la razón por la que siempre nuestra mirada transformará lo que toca para poder conservarlo.

No podré aprenderte como sos

ni quererte como sos

porque no puedo,

porque no tengo la capacidad

de despojarte de la idea que tengo

de quien sos.

Quiero decirle a este famoso poeta, también, que no hay, ni habrá, ningún puente de palabras suficientemente fuerte, para soportar el peso del cambio constante, de la mutua incomprensión, del individualismo calcinante.

Tengo, asimismo, una pregunta para este famoso poeta:

¿Dónde, señor poeta,

compro el coraje para lanzarme,

sin anestesia,

al abismo que efectivamente encuentro,

cuando el telón se ha levantado?

Y me inquieta, por último, una nimiedad sobre este famoso poema:

¿Con qué cara

mira una

a aquél en quien creamos primero una necesidad

y después un corazón fracturado?

Mandarina

15 de junio de 2010

martes, 15 de junio de 2010

El sexo ocasional es un arma de destrucción masiva

El sexo ocasional es un arma de destrucción masiva. Sobretodo si se espera que sea lo contrario.

En todas las épocas históricas que precedieron a la llamada posmodernidad, la familia/tribu/clan, los amigos y/o los amados, satisfacían la tercera escala en la Pirámide de Maslow, que es la de la afiliación y corresponde a las necesidades relacionadas con el afecto, la amistad y la intimidad.

En los tiempos que corren ahora las cosas ya no son así. Las grandes ciudades, el exceso de trabajo, la estrechez de recursos económicos para sobrevivir, la decepción histórica que parece ser el matrimonio y su consecuente desilusión en el amor como fenómeno humano (una de cuyas manifestaciones más comunes y evidentes es el "miedo al compromiso"), las crisis de fe y creencias, el consumismo y el individualismo son algunas de las características que nos están tocando vivir a los terrestres.

Pero no podemos vivir aislados. Al mismo tiempo que le tenemos miedo a la intimidad con otro ser humano (porque con tanta información, tantas ideologías importadas de todos los rincones del mundo y tantas teorías distintas de psicoanálisis, no sabemos cómo enfrentarnos ni siquiera a nosotros mismos), tememos morir solos. Y buscamos, casi a ciegas, casi con disimulo, el acercamiento con otra persona. Un pequeño roce de brazos, una mirada intensa, una conversación cálida, unos labios húmedos.

Y así es como llegamos a la cama de cualquiera. Muertos de hambre de una carcajada compartida, de una fusión verdadera, de un recuerdo perdurable. Los acostones que nos damos con gente con quien no estamos vinculados amorosamente son los más decepcionantes, pues son, paradójicamente, aquellos en los que depositamos más expectativas. Son los encargados de recordarnos nuestra humanidad, nuestra capacidad de (dar y recibir) placer, nuestro calor corporal. Y serán, en la mayoría de las ocasiones, los más grandes fiascos.

El sexo ocasional no nos conecta con la comunidad humana, sino que nos restriega en la cara nuestra necesidad de pepenar afecto; no nos deja algo perdurable del otro, sino que fractura las relaciones armoniosas y honestas, desinteresadas, con ese otro sujeto.

Con todo lo expuesto anteriormente no quiero decir que los one night stand sean malos (lo cual, realmente, no quiere decir nada), despreciables o condenables. Sólo me interesa subrayar que son peligrosos. Peligrosos en tanto que la mayoría de quien recurre a ellos lo hace en una situación desesperada.